Son estas las últimas palabras con las que el Papa Francisco saludó a los jóvenes y a todos los participantes en la S. Misa conclusiva de la JMJ 2023.
Es difícil describir lo que hemos vivido durante estos inolvidables días de gracia. Sé que es un tópico decir, en estos casos, que hay que vivirlo para entenderlo. Pero es verdad. En esta ocasión, sí, es verdad. He participado en cuatro JMJ, las dos primeras y las dos últimas, y puedo testificar que hay algo que circunda estos días que no se puede explicar. Un conocido personaje público portugués, agnóstico y amante del cine, escribió en un artículo de prensa que lo que contempló en las calles de Lisboa en este verano abrasador era la película más hermosa que jamás había visto. Era imposible no contagiarse de la alegría y la vivacidad que los jóvenes que acudían a la “ciudad de la luz” ─y que la llenaban con la otra luz que llevaban dentro─ derramaban a raudales: en los barrios, en los centros comerciales, en el metro, en los autobuses, en los bares, en las zonas verdes o en el cemento, en pequeños grupos o en grandes multitudes humanas, sonoras, locuaces, multicarismáticas, con una simpatía que conmueve el corazón. Caminando entre ellos, pude ver a los habitantes de la ciudad, entre perplejos y curiosos. Si Lisboa, con su belleza mágica e indescriptible, fue un regalo para estos jóvenes, ellos no lo fueron menos para esta ciudad, que se sentirá orgullosa de haber visto reunirse a un millón y medio de jóvenes para celebrar su fe en Cristo, algo totalmente inédito…”.
Extraordinario el trabajo realizado por la Iglesia portuguesa, así como por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, organizador del evento. Al igual que la ciudad y sus autoridades civiles. Pero no cabe duda de que la corona de laurel es para los jóvenes. Pero, ¡quién habría podido imaginarlo después de tres años de grave pandemia y en medio de una crisis institucional, como la que está atravesando la Iglesia católica a causa de abusos de varios tipos!
Si hoy la prensa española daba protagonismo al caso de una chica con un 5% de capacidad visual que dice haber recuperado la vista en los últimos días, para mí el verdadero milagro era la fe viva de estos jóvenes, expresada en su lenguaje típico y con infinidad de gestos atrevidos y desconcertantes. De hecho, si por una parte, mostraron un entusiasmo desbordante cantando y bailando, el momento más emblemático – sin duda el verdadero centro de esta jornada – fue una vez más la adoración eucarística de la vigilia: más de un millón de personas se arrodillaron sin que nadie se lo indicara para adorar en un silencio “ensordecedor” a Aquel a quien consideran el ¡”corazón del mundo”!
Era imposible no conmoverse. Y en ese momento, el fado que nos regaló la cantante Carminho nos puso la piel de gallina: “Tú eres la estrella que guía mi corazón/ Tú eres la estrella que ha iluminado mi camino/ Tú eres la señal que guía el destino/ Tú eres la estrella y yo soy el peregrino”. Y nos preguntamos: pero ¿qué fuerza de atracción puede ejercitar un pequeño trozo de hostia sobre una multitud tan grande de jóvenes esparcidos por un campo de más de 3 km de longitud (100 campos de fútbol)?
Se podría pensar que los jóvenes que se reunieron en Lisboa sean buenas personas, con una vida ordenada, jóvenes educados, que no se manchan con los problemas de los demás. Nada más equivocado. Un grupo internacional de ellos se ha esforzado durante años para elaborar un cuadro artístico de extraordinaria belleza y eficacia manifiesta, a través de un palco escénico monumental, una especie de entarimado gigante sobre el que desfilaban esas mímicas etéreas, dejándose caer atados a cuerdas y llevando la cruz de una parte a la otra, arriba y abajo. La sensación de vértigo era continua, y la elección de este gesto no era casual: en cada estación, con pocas notas de reflexión oral y muchos efectos visuales, se expresaba con crudeza la sensación de vértigo que envuelve la vida de los jóvenes de hoy: dependencias, falta de sentido de la vida, futuro incierto, desprecio de la vida, relaciones tóxicas. Motivos todos que la cruz llevaba, o mejor dicho, el crucificado llevaba a sus espaldas, para ser después transfigurados en nueva vida.
Ciertamente los momentos clave de esta JMJ, como de las precedentes, fueron los encuentros con el Papa. Otro elemento desconcertante y típico de este evento: ¿Por qué los jóvenes aman tanto a los papas, independientemente de los caracteres (de los papas), ya sean tradicional, intelectual o reformista?
Pero más allá de estos puntos salientes, el programa de estos días estuvo salpicado por otros muchos eventos, menores pero no por eso menos significativos, como los conciertos musicales en los centros neurálgicos de la ciudad, los encuentros por nacionalidades, la compartición con personas comprometidas en la Iglesia a nivel parroquial o asociativo, y sobre todo las varias catequesis guiadas por los jóvenes mismos y que tuvieron como relatores principales a obispos de distintas partes del mundo. Todas fueron ocasiones para profundizar el lema de la JMJ: Rise up (Levántate).
“Ánimo, no tengan miedo! El Papa Francisco parece que se dirigía con estas palabras a toda la Iglesia. Porque no hay duda de que hace falta ánimo. Y en esto los jóvenes están llamados a ser protagonistas. Son el presente y el futuro de una Iglesia renovada por el Espíritu. Una Iglesia que, como Francisco ha repetido varias veces, quiere ser una casa para todos, sin exclusiones, y recuperar el impulso profético que la impregna. Una Iglesia que camina con nueva confianza, que la encuentra en sí misma y más allá de sí misma: en Jesucristo. Una Iglesia que quiere dar hospitalidad a toda la humanidad en la humanidad resucitada de Jesús de Nazareth, como dice un conocido teólogo.
Tal vez sea un poco optimista, pero en estos días he visto una Iglesia joven que está un poco más allá de la prueba, o al menos tiene confianza en superarla. Me lo han enseñado los miles y miles de jóvenes que encontré en Lisboa. No problematizan, no se fosilizan en la crítica, al contrario, algo (su pureza, quizás, acrisolada en el dolor y en la incertidumbre) los lleva a concentrarse en el centro de la fe con el corazón de los sencillos. Y, como dice el Maestro, de ellos es el Reino de los Cielos (cf. Mt 5, 1-12).
Resumo en tres imágenes todo lo que he querido expresar en este artículo: jóvenes que caminan, que caminan por toda Lisboa (símbolo del mundo), a veces exhaustos por el calor y el cansancio acumulado tras noches durmiendo poco; jóvenes con el vértigo de la cruz sobre los hombros, sobre la que están escritos todos sus sufrimientos; jóvenes de rodillas en adoración, conscientes de que en un trozo de pan está toda la vida, una vida que no muere. La Iglesia viva, la de siempre, la de hoy, la del futuro.
Jesús Morán
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