Estamos en Nueva Zelandia,en el centro de Wellington, capital de una tierra aparentemente lejana y en los confines de la tierra, sin embargo, es una zona que ha abierto los brazos y las puertas a muchos pueblos.
Sacudidos por las noticias sobre las guerras en Iraq, Gaza, Ucrania y África Central, así como el creciente temor por la incapacidad de enfrentar el avance del Ébola, e impresionados también por los llamados del Papa a la paz, realizados en muchísimas ocasiones, así como el llamado emitido por las personas de la comunidad del Movimiento de los Focolares,y de muchos otros habitantes de estos países, los jóvenes neocelandeses sintieron la necesidad de encontrarse en un lugar público para expresar en voz alta el ansia de paz que tienen dentro.
El Arzobispo de Wellington, John Dew, ofreció su contribución a la velada que se realizó entre canciones, oraciones y testimonios. Entre éstos, el testimonio de dos chicas procedentes de Iraq, que se conocieron en Nueva Zelandia, cuando sus familias se trasladaron a este país: Sendirella y Ayssar, la primera cristiana, la segunda musulmana. Ellas hablan de su país, de lo que las unió. Se encontraron por primera vez en la casa de unos amigos comunes y desde entonces comenzó una amistad que las llevó a compartir sueños, estudios, pasiones y viajes. Sendirella dice: “somos distintas”, y enseguida Ayssar agrega: “pero somos iguales”. Luego continúan contando que para muchas personas la religión constituye una de las mayores diferencias, y a veces también un obstáculo, y que en cambio para ellas nunca fueun problema, al contrario, es lo que las ha acercado. “En la religión de una”, dice Sendirella, “hemos siempre visto y reconocido elementos de la religión de la otra”.
Luego, hablan de su país: un Iraq asociado hoy a la guerra, con minorías que deben huir, donde hay torturas, mientras que el país de sus padres es un Iraq donde tu vecino puede ser un cristiano, un musulmán, un judío o un yazidi; “un Iraq, dice Ayssar, donde la diferencia de religión fue siempre vivida como una realidad y no como un problema”. Hoy este Iraq parece muy lejano. Y continúa, “nos han dicho que la paz es imposible”. Y Sendirella agrega, “en cambio nosotros sabemos que la paz no es una palabra de una constitución, no es un sistema particular de gobierno, no está ni siquiera en los raid aéreos que quieren obligar a establecer la paz. Nosotros sabemos que está en cambio, en la observancia cotidiana de nuestros principios y valores, que es algo que se construye desde abajo, más que desde lo alto”.
Kathleen, joven universitaria, cuenta que, después de un malentendido en el apartamento que comparte con otras jóvenes universitarias, sintió el impulso de pedir disculpas y que este gesto, que le resultó en principio muy difícil y comprometedor, después abrió la puerta a una relación nueva con esa joven.
El momento de oración concluyó con la invitación a que todos sean constructores de paz, y se selló este compromiso anudando una cinta blanca a un pequeño árbol llamado Kowhai, en lengua maori. Es uno de los árboles originarios de Nueva Zelanda. Su flor de un amarillo intenso, es una de las imágenes que representan Nueva Zelanda. Tiene muchas propiedades medicinales y muchas especies de pájaros encuentran su alimento en el néctar que produce. Tiene ramas delgadas, sin embargo el Kowhai es un árbol fuerte que puede crecer hasta 20 metros de altura. Un lindo símbolo de ese humilde pero fuerte grito de paz que los jóvenes lanzaron esa velada.
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