«Cuando puedo, frecuento el Círculo de jubilados de mi barrio. He notado que algunas “personas bien” evitan a algunos sujetos, porque están vestidos de forma desprolija, son alcohólicos, vagabundos, pasan el tiempo bebiendo y entonces sucede que nadie los invita a participar en el juego ni en la conversación. Entonces comencé a aprender a jugar a las cartas y a las bochas, para estar con ellos sin prejuicios. Al principio tuve que soportar frecuentes reproches. De todos modos me esforcé en expresarles simpatía, buena disposición, y también, en aceptar su forma de hablar y el estilo desacompasado de juego. Un día, Giulio, el vagabundo que más evitaban todos, fue internado por una crisis de alcoholismo. Nadie sabía en qué hospital estaba. Estuve averiguando y realicé varias llamadas telefónicas. Por el tema de la “privacidad” no lograba tener noticias. Al final, pregunté a la policía y finalmente lo ubicaron. Me ocupé de él. El médico me informó sobre su situación como si yo fuese un familiar. Después lo traje a mi casa y le proporcioné alimentos y los medicamentos y que necesitaba. Silvio, otro alcohólico a quien se le habían quitado la licenciia de conducir, corría el riesgo perder su trabajo. Me preocupé en ayudarlo para que la recuperara. Ahora se alejó del alcohol y aún más, se convirtió en un animador de un grupo de alcohólicos anónimos. Ulisse era un jugador fanático y se vanagloriaba de ser ateo y anticlerical. Durante dos años soporté sus expresiones un poco agresivas. En determinado momento se enfermó de un tumor pero, orgulloso como era, no aceptaba ayuda de nadie. Un día me pidió que lo acompañara a su casa. Este inesperado pedido fue para mí la respuesta de que había entrado en su alma y le había comunicado algo de mi fe. Gianni, el más joven de todos, 50 años, con una estatura de gigante, llevaba una vida desordenadísima. Por su estilo de vida era juzgado como el último en la clasificación de buena conducta. Estuve cerca de él hasta el final de su vida. Los familiares estaban sorprendidos; también él, algunos días antes de morir me estrechó su mano de gigante expresándome gratitud y estima. Guido es sordomudo. Es quien está más aislado de todos porque el diálogo con él es muy difícil. Nos hicimos amigos y ahora es mi compañero en el juego de cartas. Un día Giulio, el vagabundo, sacó del bolsillo una foto del Padre Pío, y, delante de todos los presentes, me dijo: “Tú eres para mí el Padre Pío”. Desde ese día en adelante todos en el círculo me llaman de esta forma y, aunque no me resultaba muy simpático, no pude evitar este extraño bautismo. Habitualmente, estos amigos míos me esperan con alegría y a menudo me encuentro jugando con el amigo sordomudo contra los dos alcohólicos. Nos convertimos en el equipo más conocido del círculo y ¡también los más bullangueros! Antes de ir al Círculo, visito la iglesia que está cerca esto es algo que no se le ha escapado al grupo para recibir de Él la fuerza y la orientación justa para amar a estos amigos míos de la periferia»
Poner en práctica el amor
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