Así sucede con el editorial con su firma del 20 de abril de 1958 titulado “Jesús en la Expo ‘58”. Con escritura incisiva y eficaz, la autora traza las impresiones descritas tras una visita a la Expo de Bruselas en la primavera de aquel año. Ella había ido a Bélgica para la semana de Pascua: el Movimiento comenzaba precisamente entonces a dar sus primeros pasos más allá del círculo de los Alpes, en el corazón de Europa. Se comprende entonces la gran impresión que le suscitó esta visita. «El 17 de abril – escribe – se abrió la muestra internacional de Bruselas. […] ¡Es algo colosal! Las mayores potencias, los Estados más grandes de los cinco continentes han competido para exhibir lo mejor de su ingenio. […] Es imposible no quedarse fascinado, viendo estas construcciones modernísimas, muy atrevidas en las líneas, en los colores, en la iluminación, pero a menudo compuestas con un saludable y artístico equilibrio, con las expresiones arquitectónicas más variadas, más originales. […] Sin embargo, el pabellón que atrajo nuestra atención de forma especial fue el de la Santa Sede. Se erige casi de frente al soviético y junto al americano. Es denominado “Civitas Dei”. Tiene en el corazón una iglesia, caracterizada por un estilo esbelto y armonioso, quizá porque rico de contenido, muy elegante y modernísima. […] Debajo se eleva un altar donde se celebrará la Santa Misa continuamente. […] Por tanto, Jesús vivo que continuamente se inmola por todos y la palabra de la verdad de un Rey que no es de este mundo, son las riquezas que se exponen en Bruselas en la “Ciudad de Dios”. Mientras al lado, entre otros, está el rompehielos atómico, el Sputnik II, una estatua monumental de Lenin, que ocupan el Pabellón soviético, y un teatro inflable, muchas obras de arte moderno y del folclore, que forman el americano. Sí, Jesús en la muestra de Bruselas, como un día Jesús en las bodas de Caná. El Hijo del Hombre no desdeña mezclarse en cualquier asunto humano y, a través del armonioso sonido de las campanas, hará recordar lo eterno y lo divino a todos los que estén allí reunidos para exaltar la capacidad de los pueblos que Él ha creado. Jesús que muere en el altar por todos, también por los que no se ocupan de Él, tal vez engreídos por su ciencia, por sus descubrimientos o, incluso, que lo atacan. Jesús que enseña aún la Verdad a través de aquellos de los que Él ha dicho “quien a vosotros escucha, a mí me escucha”. Estos son los dones, el “producto” de la Iglesia Católica que lo revive. Jesús Eucaristía, el fruto de la Iglesia, como hace tiempo Jesús de Nazaret fue el fruto del purísimo seno de la Virgen María. Y allí, en la Expo de 1958, como en cada una de nuestras iglesias, Jesús tratará de saciar la sed de luz, de amor, de valor, de fuerza, en los hombres. Jesús se expone a sí mismo, o mejor, expone su amor concreto y se ofrece para salvar a los hombres, también allí donde todo habla de energía atómica, de inventos, de novedades. Él es la novedad más grande, el eterno descubrimiento no descubierto, Aquél que permanecerá, incluso cuando en los siglos futuros nadie se acuerde de los detalles de la exposición de Bruselas, como nadie hoy sabe el nombre de los esposos de Caná. Está ahí para no dejar desilusionados, para llenar el vacío que se creará en muchas almas – a pesar de la ostentación de las más bellas riquezas de hoy – cuando se experimente la vanidad de todo, también de lo mejor, que no esté enraizado en Dios». Fuente: Centro Chiara Lubich. Lee el texto completo.
Poner en práctica el amor
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