Una experiencia de Iglesia muy importante, una oportunidad única en la vida que llevarán en el corazón. Así sintetizan su experiencia. María Angélica y Luis, de Bogotá. Ella es dentista, él director del Departamento de Ética de la Universidad Gran Colombia. Tienen dos hijos, de 18 y 20 años respectivamente. Desde el 4 al 25 de octubre participaron del Sínodo ordinario sobre la familia “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”. Desde hace más de 20 años trabajan por las familias vinculadas al Movimiento de los Focolares, a las que acompañan, tanto en los cursos de preparación al matrimonio como en los años sucesivos, cuando las crisis, siempre al acecho, arriesgan con debilitar el sacramento y el amor. Ustedes participaron activamente en el trabajo de los círculos menores: ¿qué momentos les parecieron importantes para poder ofrecer una contribución al camino del Sínodo? «La experiencia de los círculos menores fue muy linda, porque pudimos ofrecer nuestras experiencias y las de otras familias, pudimos transmitir lo que nosotros queremos vivir como familia, es decir, el dinamismo del amor que se vive en la Trinidad – en donde cada una de las Tres divinas Personas es Amor para el otro-. Este fue uno de nuestros aportes. Y afirmando la importancia de la Eucaristía subrayamos la necesidad de la presencia de Jesús entre los esposos, por el amor recíproco; y por lo tanto nos referimos también a las veces que nos hemos pedido perdón cuando entre nosotros no existía esta plena unidad. Otra contribución fue con respecto al punto de los divorciados vueltos a casar. Es importante expresar un amor particular hacia cada una de estas familias. Y en la medida en que madura la experiencia de fe también en ellos – acompañándolos para que lleguen a sentir que Jesús está presente también en el otro, en la Palabra del Evangelio cuando lo vivimos, en la comunidad que vive el amor recíproco – de este modo crece la experiencia de vida cerca de Jesús. Sentíamos que uno de los puntos fuertes a proponer era el amor a Jesús Abandonado y Crucificado, porque Él asumió todos los dolores de la humanidad. En Él se reencuentra al que fue traicionado, humillado, al que se siente solo, abandonado, al que se siente culpable, al que no encuentra respuesta a sus preguntas. En Él todos somos recibidos porque Él vivió todo esto, y en Él podemos hacer esta única comunión, donde todos estamos en este sí. Nuestra propuesta fue ésta: no existe diferencia entre la familia que no sufrió el fracaso y la que sí lo vivió, porque en Él nos sentimos todos acogidos. Contamos las experiencias de muchas familias, también del Movimiento, que vivieron y dijeron este sí, con el dolor de no poder recibir la Eucaristía, pero conscientes de que también ellos están llamados a la santidad, y por lo tanto no están excluídos de este llamado. Como una vez dijo el Papa Benedicto, el ofrecimiento y el sacrificio que hacen estas parejas de divorciados vueltos a casar, que no pueden participar de la Eucaristía, evidencia la belleza de la indisolubilidad del matrimonio, es decir ellos son constructores también de esta realidad (la indisolubilidad), y por lo tanto dan un aporte grandísimo cuando maduran en este sí. A veces se trata de comprender el significado más profundo del sacramento. Para mucha gente de esta época el sacramento del matrimonio no les dice nada, también porque no se le dio una formación adecuada a la pareja, ya sea de parte de la parroquia como de los Movimientos. En cambio esta comprensión forma parte del camino que debe realizar cualquier ser humano: descubrirse como ser humano y descubrir la trascendencia dentro de sí mismo. Hay que descubrir que este sacramento puede ayudar a formar una familia y que, a través de la familia, somos responsables de los hijos. A nosotros nos gusta decir: “Así como es la familia, así es la sociedad”, es decir, la sociedad es el resultado de lo que es la familia» Un día ustedes comentaron que saliendo de un círculo menor sintieron el deseo de que los Obispos comprendieran su profundo amor por la iglesia… «La relación y el diálogo con los obispos en estas semanas fue cada vez más cercana, al conocernos, escucharnos, también al tratar de ser “madres” también de los obispos, también en cosas concretas como, por ejemplo, ayudándolos si tenían tos, o resfrío… sentíamos el deseo de que sintieran que también nosotros familias, amamos a la Iglesia como la aman ellos, sufrimos por la Iglesia como sufren ellos, que también nosotros damos la vida por la Iglesia. Estamos en este camino. Como Chiara Lubich nos decía, en este gran mosaico cada uno es una pieza, que tiene su valor para construir esta única realidad que es la Iglesia. Era muy importante poder decir esto a los padres sinodales, y también sentirlo» En uno de los últimos círculos menores hubo un texto de ustedes que fue integrado a la relación final… «Sí, en el último círculo menor el relator pedía que pudiéramos expresar también nuestra experiencia como familias. Al final lo que se propuso fue enriquecido por lo que cada uno había dicho. No se notaba la diferencia entre lo que había sido propuesto por una familia o por un padre sinodal: era la propuesta de todos, aprobada por unanimidad». ¿Qué augurios harían en la conclusión del Sínodo? «¡Muchísimos augurios! Esperar que, poco a poco, todas las familias puedan descubrir la riqueza que cada una contiene en sí misma en cualquier estado o situación en la que se encuentren- “regular” o “irregular”-, si viven siendo de verdad familia, harán que crezca la entera sociedad. Será un crecimiento en humanidad».
Poner en práctica el amor
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