«Oyeron que se dijo: – Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo- Pero Yo les digo: – Hagan el bien a los que los odian y recen por aquéllos que los persiguen y los calumnian, de modo que sean hijos del Padre suyo que está en los cielos: que hace salir el sol tanto para los buenos como para los malos, y manda la lluvia tanto para los justos como para los injustos. Pues si aman a quien los ama, ¿qué mérito tienen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? … Sean perfectos, como es perfecto su Padre que está en los cielos» (Mt. 5, 43-48) Este precepto lleva a un incansable perdonar, para reconstituir siempre el circuito de la vida, que pasa por tres puntos, Dios, Yo, el Hermano. Lleva a una inagotable obra de paz que permite reconstituir siempre la comunión en vista a la unidad, donde quiera que se haya interrumpido. Y la paz se hace con los enemigos, no con nuestros… invitados, algo que es cristianamente obvio y también normalmente incomprendido, porque, en un estado de terror, se teme la guerra y se teme la paz. El amor une, en cambio el temor amontona. El primero es centrífugo y genera la comunidad, removiendo los límites y las barreras; el otro es centrípeto y produce la obstrucción de los vasos comunicantes. Aquél ilumina, éste nos sumerge en las tinieblas. Uno es régimen de la libertad, el otro tiraniza y aterroriza. En el amor se razona y se llega a acuerdos; en el régimen del miedo no se comprenden las razones, se procede por instinto, se ven fantasmas, se dispara. La organización social que prescinde de la ley de la caridad ya no ve que somos hermanos, termina viendo sólo mamíferos para explotar y asesinar, del mismo modo y peor aún de lo que se hacía en ciertas sociedades antiguas hacia los esclavos. Donde falta la caridad, los hombres deben ser custodiados por la policía y encerrados en campos de concentración… Jesús vino a poner de pie al hombre, en libertad; y sus seguidores deben usar sus fuerzas e ideas, para llevar continuamente al hombre a encontrar su sentido en Dios. Si no es así, la existencia se desarrolla como en búsqueda de la muerte, a través de una difícil construcción de motivos de odio. Un entorpecimiento progresivo, que da la ilusión de un proceso vital. «El amor aplasta el temor», por lo tanto, el que ama no tiene miedo. Su Yo – el posible sujeto del miedo- no existe más. Existe el Otro, aquél con quien nuestro Yo se ha identificado; y el Otro, vestido de hermano, es Jesús. Así, especialmente en nuestro tiempo, se supera la mayor barrera: el miedo. Bajo el miedo, el Yo teme porque está solo, solo en la oscuridad, entre cuatro paredes, que terminan por parecerle las maderas de una tumba. Y en cambio, se sale de la soledad, se libera: encuentra al hermano, y por él, se inserta en Dios». (Igino Giordani, Il fratello, Città Nuova, Roma 2011 (1954), pp. 85 – 87)
Poner en práctica el amor
Poner en práctica el amor
0 comentarios