«¡No las llamemos vacaciones alternativas!: muchos ya somos reincidentes en el Campus y por eso no es una experiencia fuera de lo normal sino que forma parte de nuestra vida». La que habla es Nahomy Onate, 21 años, de Reggello (FI), pueblo situado en los alrededores de la ciudadela internacional de Loppiano, quien ha participado en el Siracusa Summer Campus organizado por los jóvenes de los Focolares. La Gaceta local puso como título “Los jóvenes por un Mundo Unido salen al encuentro de las periferias de Siracusa”. De hecho, por tercer año consecutivo los barrios de Akradina y Tike y desde este año también el de Grottasanta, han acogido esta experiencia que se centra en las relaciones y la dignidad de la persona. 120 jóvenes provenientes de 17 regiones italianas durante 10 días han animado estas periferias con actividades, workshop de danza, periodismo, teatro, pintura, etc. Más de cien niños y muchachos entre los 6 y los 13 años se han visto involucrados. «Ya había participado de la segunda edición, sabía más o menos lo que me esperaba, conocía la situación de malestar de estas periferias, pero apenas llegué, la actitud de todos en general me ha impresionado: estábamos dispuestos a donarnos totalmente por 10 días. Y así fue». Nahomy cuenta que la novedad de esta tercera edición era justamente el barrio de Grottasanta, otra zona muy necesitada y en riesgo social de la ciudad. «Al llegar ante la escuela en la que íbamos a realizar esa actividad con los niños y los muchachos, el panorama que se me presentó me dejó sin palabras: un mar espléndido servía de marco a enormes edificios deteriorados y aquel lugar era el símbolo del nivel a que había llegado la degradación social. Lo primero que da dignidad al hombre es la educación y aquella escuela, tal y como se presentaba, no lograba dar absolutamente nada a nadie. Pero, más allá de la verja, mamás, maestras y niños nos recibieron con un gran aplauso y una gran esperanza de transformación en los ojos. Esto nos dio el primer empujón para comprender que, a pesar de los pocos días que teníamos a disposición, teníamos que apostar por la parte más frágil de la sociedad y darlo todo por el todo. Es esto lo que cada uno de nosotros ha hecho en su medida, estrechando relaciones de verdadera fraternidad con cada uno. Después de una riña muy fuerte entre dos niños, he abierto los ojos y me he dado cuenta de la realidad que viven cada día: violencia, deseo de venganza e indiferencia son los “valores” sobre los que se basa su crecimiento. Frente a la situación que se había creado, tratamos de explicarles que no se responde a la violencia con nueva violencia, sino que existen otros caminos y otras formas, aunque nadie hasta entonces se los había dado a conocer. “Dejemos de comportarnos como los mafiosos – dijo uno de los niños – ya no quiero ver violencia ni venganza en este barrio; ahora hemos cambiado”. Han bastado pocos días dentro del remolino del amor recíproco para hacerle pronunciar esta frase ante sus compañeros; la semilla que en estos tres años de campus y en estos pocos días habíamos sembrado y regado, estaba creciendo, estábamos dejando algo dentro de ellos: habían entendido que son ellos el futuro y que siempre existe la posibilidad de ser diferentes, de ser mejores. En estos barrios de Siracusa se encuentra sólo una de las muchas periferias de Italia y no queremos cerrar los ojos ante tantas situaciones que se verifican también en nuestras ciudades, pedazos de mundo que están perdiendo los valores, el amor y el coraje. De esta experiencia he vuelto a casa un poco nostálgica y triste: cada niño me hace falta, pero también me siento repleta de su amor, de sus sonrisas y de su fuerza de voluntad en querer revolucionar su mundo».
Poner en práctica el amor
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