El maná desde el cielo «Soy iraquí y de profesión veterinario. En el dramático momento histórico que está viviendo nuestro país, también mi trabajo se vio perjudicado: ya me quedaban pocos clientes. Seguía buscando alguna solución para apañármela, cuando me prometieron un puesto con un buen sueldo, pero lejos de mi ciudad. Una solución favorable para mi familia, que sin embargo me alejaría de todos. Los familiares insistían para que aceptara esa propuesta que parecía un maná bajado del cielo. Hablé largo y tendido con mi esposa y finalmente decidimos que no era oportuno partir en ese momento, tanto por nuestro hijo como por algunas familias de amigos que necesitaban de nuestro apoyo, aunque fuera sólo moral. Así renunciamos a ese proyecto, confiando ciegamente en el amor de Dios. Increíblemente, ya desde el día siguiente a esta decisión tan sufrida, mi trabajo registró una mejoría. Ahora logro ganar cuatro veces más de lo que ganaba antes». (Y.K. Irak) Lo imprevisto «Llevábamos poco tiempo de casados, cuando, en vísperas de una mudanza, descubrimos que estábamos esperando a nuestro primer hijo. A esto se agregó algo absolutamente imprevisto: un pequeño nódulo en el seno. Los exámenes revelaron que se trataba de un tumor. Para mí y para mi esposo, que es médico, fue un duro golpe, el primero de esta envergadura desde el matrimonio. Apenas tres días después del coloquio con el especialista, éste me operó. Según él y sus colegas, tener al bebe constituía el factor agravante de la enfermedad. Me aconsejaban proceder en seguida a un aborto terapéutico para empezar la quimioterapia. Sin embargo nosotros no queríamos resignarnos a dar este paso. Confiando en Dios, consultamos a otros médicos, buscando soluciones alternativas. Finalmente decidimos optar por un parto con cesárea al séptimo mes de embarazo, cuando el niño sería perfectamente capaz de sobrevivir. Sólo después yo empezaría la quimioterapia y la radioterapia. Desde entonces han pasado ya 8 años. Ahora estamos en espera de nuestro tercer hijo». (M.D. Francia) Más alegría en dar «Buscaba la felicidad de forma equivocada: pésimas amistades, discoteca, alcohol y cigarrillo. Mi novio consumía y traficaba drogas. Malhumorada y rebelde en la escuela como en casa, me vestía de manera extraña, siempre de negro y con ropa llena de broches. Era totalmente indiferente a lo que a Dios se refería. Cuando me di cuenta de que había tocado fondo, con la fuerza de la voluntad, dejé a ese chico y abandoné las viejas amistades. Pero ¿cómo resolver la tristeza y el sentido de vacío que experimentaba? Al recomenzar el año escolar, conocí al nuevo profesor de religión que me inspiró confianza. Gracias a los coloquios con él, recibí el don de la fe. El encuentro con Dios misericordia me ha cambiado totalmente, saciando mi necesidad de amor. Empecé a orar y a buscar al Señor, a dedicarme al voluntariado, experimentando que “hay más alegría en dar que en recibir”. Vivo una vida normal: estudio y hago todo lo que hace una chica de mi edad, con la diferencia que ahora tengo a Dios en el corazón». (A.R. Italia)
Poner en práctica el amor
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