«Conocemos a Khalid desde hace más de diez años. Un día tocó a nuestra puerta para vendernos algo, pero sobre todo para que lo ayudáramos a encontrar un trabajo. Estaba en Italia desde hacía más de un año, clandestino y sin un lugar donde vivir. Tenía 24 años y venía de Marruecos, donde había dejado a su madre, viuda con dos hijos menores. Después de una semana, volvió de nuevo. “Tenía hambre y me disteis de comer, era forastero y me recibisteis”…. Las frases del evangelio nos interpelaban con fuerza. En aquel momento lo que podíamos hacer era invitarlo a nuestra mesa. Por la tarde le ofrecimos que trabajara en el huerto y en el jardín. Estuvo con nosotros otros dos días. Así pudo enviar una pequeña suma de dinero a su mamá. Era la primera vez que lograba ayudar a su familia y eso lo hizo feliz. Nos movimos para buscarle un trabajo pero la respuesta era siembre la misma: es un clandestino, no podemos contratarlo. Al final ha encontrado un trabajo provisional en una empresa agrícola. Trabajaba en un invernadero, vivía en un contenedor con un hindú; su vida era dura pero estaba contento. Un día sonó el teléfono: su amigo hindú nos decía que Khalid no se encontraba bien. De nuevo era Jesús quien nos llamaba. Fuimos a verlo y lo acompañamos a la consulta de nuestra doctora que dio su disponibilidad; tenía una dolorosa otitis y había que tenerlo bajo control. Entonces decidimos ponerlo en la habitación junto con nuestro hijo. Al principio teníamos que levantarnos más de una vez durante la noche para cuidarlo. También nuestros hijos se han demostrado atentos hacia él. Mientras tanto, el dueño de la empresa no tenía intención de regularizar la situación. Nosotros nos habíamos convertido en la última esperanza a la que todavía podía recurrir. El Señor nos pedía un acto de amor todavía más radical. De modo que decidimos asumir a Khalid como empleado domestico y más tarde fuimos madurando la idea de alojarlo en nuestra casa como otro hijo más. Le pusimos a disposición algunos espacios de la casa donde pudiera tener su independencia; cuando preparábamos la comida, estábamos al tanto para respetar sus convicciones religiosas, así como sus momentos de oración y sus horarios de comidas durante el Ramadán. Así se fue profundizando también el diálogo a nivel religioso. La relación entre nosotros ha llegado a ser cada vez más confidencial: por la noche a menudo nos quedábamos hablando de su vida y de la nuestra, de sus tradiciones y de las nuestras. Dudas y dificultades no nos han faltado, pero, junto con la comunidad del Movimiento que nunca dejó de sostenernos, encontrábamos la fuerza de ir adelante. La providencia nunca faltó. Un señor desconocido nos regaló una motocicleta que después pusimos en regla. Personas del Movimiento le han procurado la ropa necesaria… Después le ofrecieron un trabajo que lo satisfacía, aunque era provisional, y que le ha permitido ayudar a su familia y también devolver parte de los gastos que habíamos hecho por él. Después de unos siete meses, quedó libre una casita en la que pudo transferirse con algunos de sus amigos. Después volvió a Marruecos donde se casó. A su regreso a Italia con su esposa, encontró un trabajo a tiempo indeterminado que le permite llevar una vida más tranquila. Nacieron tres niños, dos de los cuales ya están en la escuela elemental. También con su esposa se ha construido una hermosa relación, a pesar de las dificultades de la lengua. Un día quiso demostrarnos su agradecimiento y nos ofreció preparar en nuestra casa un almuerzo completamente marroquí, que hemos degustado junto con nuestros hijos. ¡Nos hemos convertido en los abuelos de sus niños, los cuales están a menudo en nuestra casa! Compartiendo con ellos, experimentamos continuamente la alegría de la presencia de Dios entre nosotros.» (G. de Mantova –Italia-)
Poner en práctica el amor
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