«Fuimos a Mocoa, junto al Padre Juan Carlos Almario, sacerdote focolarino, llevando las ayudas económicas recogidas por todas las comunidades de Colombia –escriben Elizabeth y Alejandra del focolar de Bogotá-. Estábamos allí a nombre de toda la familia del Movimiento, para llevar el amor, las oraciones de muchos, y la ayuda concreta, no sólo de Colombia sino también de otras partes del mundo que vivieron y viven con nosotros esta tragedia». «Algunos sacerdotes del Movimiento, párrocos de Mocoa (36.000 habitantes), nos acogieron con cantos y mucha alegría. Después nos encontramos con la gente. Cada uno tenía una dura historia que contar vinculada a la catástrofe vivida. Lloramos con ellos». Recordaban esa noche del 1º de abril, la avalancha de fango, y la “carrera de amor” que se desató entre ellos para ir a socorrer a las víctimas. Los sacerdotes, junto a su obispo Mons. Maldonado y otros párrocos, se organizaron para acompañar a los heridos en los hospitales, para acoger a las familias que buscaban a sus seres queridos desaparecidos, para sepultar a los muertos… Después, junto con sus parroquianos, improvisaron un comedor para dar de comer a los tantos que se quedaron sin agua y sin luz durante muchos días, para llevar comida a los médicos y funcionarios públicos ocupados en las actividades de rescate; organizaron las ayudas para distribuirlas a las personas afectadas, así como las mascaritas para protegerse de los fuertes olores. «De sus relatos se podía percibir una presencia “mariana”, silenciosa pero concreta, que llegó –a través de ellos- a cubrir las tantas necesidades producidas por la tragedia». «Quisimos meditar juntos el tema del año que se vive en todo el Movimiento y nos pareció muy apropiado debido a la situación en la que nos encontramos: Jesús Abandonado». En la comunión espontánea que nació cada uno trató de mirar el dolor vivido, descubriendo un rostro del infinito dolor experimentado por Jesús en la Cruz, en la que se encuentra el sentido del sufrimiento. «Alguno ponía de relieve que a veces es más fácil descubrir un rostro del abandono de Jesús en las grandes tragedias, que en los sufrimientos cotidianos. Otro repetía su compromiso de permanecer siempre en la radicalidad y en la fidelidad a la elección de Dios-Amor». Uno de los párrocos decía, durante el almuerzo, que esas horas que pasamos juntos “habían sido como un oasis” que habían logrado sacarlo de esta pesadilla. «Después, junto al Padre Oscar, fuimos a los lugares por donde pasó la avalancha; un panorama de total destrucción y muerte; algunos barrios fueron totalmente borrados por el fango; otros, en cambio, se convirtieron en cementerios con casas aplastadas por enormes piedras, árboles arrancados de raíz y ruinas por doquier». En este infierno, el amor, las oraciones y las ayudas de todos llegaron a Mocoa y han dado un poco de alivio a las víctimas de esta tragedia. El viaje concluyó en la ciudad de Neiva, siempre en el sur de Colombia. «Queríamos visitar nuestra comunidad local y, junto a ellos, preparar la próxima Mariápolis que tendrá lugar en julio, en un parque arqueológico donde todavía se mantienen intactos los vestigios de una de las culturas autóctonas más antiguas de Colombia». Del pasado ancestral y del dolor de las tragedias naturales, los Focolares en Colombia se proyectan hacia el futuro. Lee también: Noticias desde Colombia
Poner en práctica el amor
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