De chico amaba sintonizar en la noche la Radio Vaticana que transmitía noticieros en varias lenguas extranjeras. Naturalmente, no conocía ninguna de ellas pero esa escucha me fascinaba, tenía la impresión de que mi corazón se dilataba a la humanidad, a los pueblos y a su cotidianidad. Fue una de esas noches que escuché al Papa Pio XII invocar el nombre de Dios tres veces: ¡Dios, Dios, Dios!”. Ese “grito” se imprimió en mi conciencia, aunque con el pasar del tiempo, terminó debilitándose y perdiéndose en la memoria. Era el año 1956. Nueve años después, en enero de 1963, estaba haciendo el servicio militar en Turín. Un compañero de habitación me invitó a un Congreso del cual, extrañamente, no pedí ninguna información. Sin embargo al pedir permiso a mis superiores, les dije que se trataba de un Congreso del que dependía toda mi vida. Gracias a un inesperado consentimiento de mis superiores, partí hacia Ala di Stura, un pueblito en la montaña en un marco natural estupendo. Fui recibido como si me conocieran desde siempre. Fue allí donde conocí a Chiara Lubich –fundadora del Movimiento de los Focolares- y a Igino Giordani, co-fundador. Fue una realidad fuerte para mí encontrarme por primera vez con personas de culturas y religiones distintas. En esos días tuve la posibilidad de conocer, porque era huésped de los Focolares, a Assunta Roncalli, la hermana del Papa Juan XXIII, quien murió el 3 de junio de ese mismo año, 1963. Una mañana Chiara Lubich habló de una nueva vocación nacida dentro del Movimiento. Y fue sólo cuando Chiara indicó el año y las circunstancias de ese nacimiento, que volvió a florecer imperiosa en mi conciencia aquella invocación de Pio XII: «¡Dios, Dios, Dios! Dios los ayudará. Dios será su fuerza. Resuene este inefable nombre, fuente de todo derecho, justicia y libertad, en los parlamentos, en las plazas, en las casas, en los talleres…». Así se expresó el Papa en el radiomensaje del 10 de noviembre de 1956 durante la represión de la revolución de Hungría. Y Chiara comentó: «Por lo tanto, si ha habido una sociedad capaz de suprimir el nombre de Dios, la realidad de Dios, la Providencia de Dios, el Amor de Dios del corazón de los seres humanos, debe existir una sociedad capaz de volver a ponerlo en su lugar. ¿Es posible que el demonio tenga seguidores fidelísimos, totalitarios, pseudo-mártires de sus ideas, y que Dios no tenga un ejército compacto de cristianos que lo den todo para reconquistarle a Él la tierra?». A esta invocación del Papa, Chiara respondió con la intuición de reunir a mujeres y hombres de todas las edades, nacionalidades, condiciones, vinculados por un único lazo, el de la fraternidad universal, para que formaran un ejército de voluntarios, “Los Voluntarios de Dios”, expresión del Movimiento de los Focolares que hoy día está presente en 182 naciones del mundo. Una vocación moderna, totalitaria, a la que Chiara Lubich dio un ulterior toque de encanto cuando la describió como el atractivo del tiempo moderno: «Penetrar en la más alta contemplación permaneciendo mezclados entre todos, hombre junto al hombre… para diseñar en la multitud un bordado de luz y, al mismo tiempo, compartir con el prójimo la deshonra, el hambre, los golpes, las breves alegrías». Igino Giordani la compara con una «santidad con overol del obrero que impulsa a llevar a Dios al Parlamento, a los Consejos Comunales, a los hospitales, escuelas, talleres, laboratorios, oficinas, a la casa, a los campos deportivos, pero también al mundo del arte, de la comunicación, de la ciencia, de la economía…», porque, agrega, «¡¡llevar a Dios a todos estos lugares significa transformarlos en Abadías, transformarlos en lugares sagrados en donde se celebra todos los días una Misa especial!!» Han pasado 54 años desde aquel día en cuando yo sentí el llamado a enrolarme con “Los Voluntarios de Dios”, nacidos de un carisma que, porque es auténtico, se pueden medir también sus implicaciones concretas que se reflejan en la cultura, en lo social, en la economía, en la política… Para que los distintos ámbitos de la vida no permanezcan en la mediocridad, sin valor, incapaces de unir, insensibles, sino que se abran para acoger la profunda presencia de Dios. Gennaro Piccolo – Centro Igino Giordani “Un camino para la unidad” (Andria, Italia)
Poner en práctica el amor
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