Movimiento de los Focolares

Filipinas: Las tiernas notas de los niños de Plas

May 20, 2012

Un maestro de guitarra encuentra por casualidad un grupo de niños que viven en las aceras de las calles, necesitados de todo y olvidados por todos. Decide dedicar su tiempo para mejorar las condiciones de vida de estos últimos, implicando a amigos e instituciones.

Tacloban City se encuentra en la Isla de Leyte, en el nordeste de Filipinas. En esta ciudad vive Plácido Maga, conocido por todos con el nombre de “Plas”, que desde 1991 vive el ideal de la unidad, tratando de hacer concreto este compromiso suyo en la vida de todos los días.

En 1996 Plácido inició un trabajo como profesor de guitarra, enseñando a tocar a los niños de diversas escuelas elementales. La enseñanza se convirtió así para él en una oportunidad de amar y servir al prójimo, a través de su talento musical.

En el año 2000, caminando por las calles de Ormoc, una de las ciudades de su provincia, Plácido vio algunos niños echados en la acera que utilizaban cartones y periódicos como mantas para taparse. Otros pequeños no tenían ninguna indumentaria para protegerse del frío. Decidió acercarse a ellos y supo que ni siquiera tenían nada para comer, durmiendo casi siempre con el estómago vacío.

Impresionado por la situación, Plácido compró un poco de comida para los niños, los cuáles, sintiéndose acogidos y queridos, contaron a Plash su situación. Plash decidió volver al día siguiente. Ellos, los más olvidados y también los más indefensos de la ciudad, estaban encontrando un nuevo amigo.

A Plácido le vinieron a la mente una frase de Chiara Lubich«Cuando damos algo de nosotros, poniendo amor en cada acción, la vida crece dentro de nosotros». Y la felicidad que encontró aquella tarde, en el encuentro con aquellos niños, fué la prueba.

El día después Plácido volvió a esa calle y mantuvo la promesa de pasar un poco de tiempo con sus pequeños amigos. Pero sintió que tenía que hacer algo más por ellos, que tenía que buscarles un alojamiento digno y confortable. Aquel Ideal que Plácido había elegido años antes, tenía ahora un posibilidad de hacerse concreto, ocupándose de la situación de estos marginados de la sociedad.

Plácido presentó la cuestión al Municipio, se contactó con las Organizaciones no Gubernamentales presentes en el lugar para sensibilizarlas con el problema. Sin temor a que se burlaran de él continuó buscando una solución, teniendo presente no tanto las consecuencias de las acciones sobre sí mismo, sino el interés en el otro, en este caso de los niños.

Consiguió así implicar en su proyecto a otras personas que viven por el mismo ideal. Y se dió cuenta de que cuando el amor evangélico se hace “regla” de nuestra vida, llegamos a ser todos más creativos, más valientes e incluso heroicos.

Plácido no se conformó con resolver una situación de emergencia, sino que sintió que debía poner a los niños en condiciones de dar ellos también algo, para hacerles probar la misma alegría que había probado él cuando se había “donado” al prójimo. Se puso por tanto a enseñar a los niños a tocar una pequeña guitarra, el uquelele, creando un pequeño repertorio que los niños representarían en dos espectáculos, recibiendo el aplauso de la gente.

Hoy los niños viven en el Centro Lingap, una casa de rehabilitación que se ha convertido en dormitorio del Departamento de Salud Social. Plácido continua visitando a los pequeños, enseñándoles no sólo a tocar, sino también a rezar. Sobre todo está cerca de ellos.

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