«Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Hasta los pecadores aman a los que los aman»
La primera característica que más distingue al amor de Dios Padre es su absoluta gratuidad. Esto se opone radicalmente al amor del mundo. Mientras que este último se basa en el corresponder y la simpatía (amar a aquellos que nos aman o nos parecen simpáticos), el amor del Padre celestial es completamente desinteresado; se dona a sus creaturas independientemente de la respuesta que le pueda llegar. Es un amor cuya naturaleza es la de tomar la iniciativa comunicando todo lo que posee. Como resultado es un amor que construye y transforma. El Padre celestial nos ama no porque seamos buenos, de buena espiritualidad y por eso dignos de Su atención y benevolencia; sino que, al contrario, amándonos crea en nosotros bondad y belleza espiritual de la gracia, y nos hace amigos e hijos suyos.
«Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Hasta los pecadores aman a los que los aman»
Otra característica del amor de Dios es su universalidad. Dios ama a todos indistintamente. Tiene como medida la ausencia de cada límite y cada medida.
Por otra parte este amor no podría ser gratuito y creativo si no fuera totalmente proyectado hacia donde sea necesario o haya un vacío que llenar.
Es por esto que el Padre celestial ama también a aquellos hijos que le son ingratos, lejanos o rebeldes; de hecho siente una particular atracción hacia ellos.
«Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? Hasta los pecadores aman a los que los aman»
¿Cómo viviremos entonces la Palabra de vida de este mes?
Comportándonos como verdaderos hijos del Padre celestial, es decir, imitando su amor, sobre todo en las características que hemos evidenciado: la gratuidad y la universalidad. Intentaremos ser los primeros en amar, con un amor generoso, solidario, abierto hacia todos, especialmente hacia aquellos vacíos que podemos encontrar a nuestro alrededor. Amando con un amor desapegado a los resultados. Nos esforzaremos en ser instrumentos de la generosidad de Dios haciendo participes también a los demás de los dones de la naturaleza y de la gracia que hemos recibido de Él.
Dejándonos guiar de esta Palabra de Jesús, veremos con ojos nuevos y con corazón nuevo a cada prójimo que nos pase al lado, cada ocasión que nos llegue de la vida cotidiana. Y donde nos encontremos (familia, escuela, ambiente de trabajo, hospital, etc.), nos sentiremos empujados a ser administradores de este amor que es el de Dios y que Jesús ha traído a la Tierra, el único capaz de transformar el mundo.
Chiara Lubich
Palabra de vida publicada en Città Nuova, 1992/2, p.32-33.
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