Es entrar en el corazón de quienes se nos acercan para comprender su mentalidad, su cultura, sus tradiciones y hacerlas, en cierto modo, nuestras, para entender realmente lo que necesitan y saber reconocer los valores que Dios ha sembrado en el corazón de cada persona. En una palabra: vivir por los que nos rodean.
Misericordia: acoger al otro como es, no como nos gustaría que fuera, con un carácter diferente, con nuestras propias ideas políticas, nuestras creencias religiosas y sin los defectos o las formas de ser que a veces nos chocan. No, hay que abrir el corazón y que sea capaz de acoger a todos con su diversidad, sus limitaciones y sus miserias.
Perdón: ver al otro siempre nuevo. Incluso en la convivencia más hermosa y pacífica, en la familia, en la escuela, en el trabajo, nunca faltan los momentos de fricción, desacuerdos y peleas. Se llega incluso a retirarse la palabra, a evitar encontrarse, por no hablar de cuando se arraiga en el corazón un auténtico odio hacia los que no piensan como nosotros. El firme compromiso y la ardua tarea radican en tratar de ver cada día al hermano y la hermana como si fueran nuevos, no recordando todas las heridas recibidas, cubriendo todo con el amor, con la amnistía completa de nuestros corazones, a imitación de Dios que perdona y olvida.
La paz y la unidad verdadera vienen luego cuando la benevolencia, la misericordia y el perdón son vividos no sólo individualmente, sino juntos y recíprocamente.
Y como en una chimenea encendida, se deben agitar de vez en cuando las brasas, para que la ceniza no las cubra; también es necesario, de vez en cuando, reavivar el propósito del amor mutuo, reavivar las relaciones con todo el mundo, porque si no, terminan cubriéndose de la ceniza de la indiferencia, la apatía y el egoísmo.
«Sean benévolos entre ustedes, misericordiosos, perdonándose mutuamente como les perdonó Dios en Cristo»
Estas actitudes tienen que ser traducidas en hechos y acciones concretas.
Jesús mismo demostró qué es el amor cuando curó los enfermos, cuando dio de comer a la multitud, cuando resucitó los muertos, cuando lavó los pies a los discípulos. Hechos, hechos: esto es amar.
Recuerdo a una madre africana, que había sufrido cuando su hija Rosangela perdió un ojo, víctima de un muchacho agresivo que la había herido con una caña y seguía burlándose de ella. Ninguno de los padres del muchacho había pedido perdón. Silencio, se merecían el fin de la relación con esa familia. “¡Consuélate – decía Rosangela quien había perdonado – soy afortunada, puedo ver con el otro ojo!”
“Una mañana – cuenta la mamá de Rosangela – la mamá de ese muchacho me llama porque se siente mal. Mi primera reacción fue: ‘¡Mira, ahora viene a pedirme ayuda, con todos los vecinos que tiene, justo a mí después de lo que me ha hecho su hijo!’
Pero enseguida recuerdo que el amor no tiene barreras. Corro a su casa. Ella me abre la puerta y se desmaya en mis brazos. La acompaño al hospital y estoy con ella hasta que los médicos se hacen cargo de ella. Después de una semana, ya fuera del hospital, viene a mi casa para agradecerme. La acojo con todo el corazón. He sido capaz de perdonarle. Ahora la relación ha vuelto, es más, ha recomenzado todo de un modo nuevo”.
También nuestra jornada puede llenarse de servicios concretos, humildes e inteligentes, expresión de nuestro amor. Veremos crecer alrededor nuestro la fraternidad y la paz.
Chiara Lubich
0 comentarios