“Desde el momento en que sentí el llamado de donarme a Dios en el Focolar, me parecía que el mundo del arte y muchos años de estudio de la música, no tenían ya lugar en mi vida. Paradójicamente, sin embargo, varios encuentros y relaciones que iba construyendo me empujaban a escuchar mi faceta artística y seguir sus estímulos. Siempre sentí mucha confianza hacia mis amigos del Focolar, que no trataron de darme respuestas sino que trataron más bien de estar cerca mío, compartiendo mis preguntas. Mientras tanto, desempeñaba otros trabajos, pero me parecía que todo ese mundo artístico fuese para mí como un tren que ya se había ido y al que no me había subido.
Descubrí, también, que lo que Dios nos da no corresponde nunca exactamente a lo que pensamos nosotros. Por ejemplo, había buscado trabajo en el campo de la música en los barrios más difíciles de mi ciudad, entre los inmigrantes y los más pobres, poniéndome a su disposición. Pero en muchos años de búsqueda intensa nunca surgió nada. En cambio, fue una colega la que me hizo descubrir que en el liceo en el que estoy trabajando ahora, se me ofrecía un desafío completamente distinto pero igualmente atractivo: jóvenes llenos de riqueza material, pero a menudo en la pobreza espiritual, saciados de todo pero con una profunda insatisfacción.
Es así que ahora, desde hace dos años y medio, trabajo en el liceo humanístico Christianeum ad Hamburgo, una escuela que tiene una vasta actividad musical con coros, “brass band” (orquesta de vientos) y orquestas que involucran a centenares de muchachos. Dirijo las dos orquestas sinfónicas de la escuela, la de los chicos que tienen entre 10 y 12 años (actualmente con 65 integrantes) y la de los jóvenes que tienen desde 13 a 18 años (52 integrantes)
Este trabajo exige sobre todo la capacidad de construir relacionescon los muchachos, pero también con sus padres y con los colegas. Muchas veces significa aprender a perdonar (a mí mismo y a los otros), recomenzar constantemente, creyendo en los otros a pesar de las desilusiones. Significa comprometerse desinteresadamente, prestando atención a cada persona individualmente y no sólo al grupo en general. Y todo esto desde la base de una constante búsqueda de mayor competencia profesional, tratando de involucrar lo más posible a los colegas. De hecho, somos tres los colegas que nos ocupamos de la orquesta. Antes de decidir algo, escuchándonos con atención, tratamos de comprender qué piensa cada uno. Así, experimento la reciprocidad del amor con los chicos y con los adultos. Me sorprendí cuando me hicieron notar que en las actividades musicales de la escuela “siempre sopla un espíritu bueno que crea una atmósfera de colegialidad amistosa, que involucra a todos”
Advierto que mi vida se unifica si soy coherente y permanezco en mi elección de vida. Siento la misma frescura y novedad del primer momento en que comencé a vivir el Evangelio convencido, en aquella época como hoy, de que sólo así, junto con muchos otros, se puede cambiar el mundo″.
Perfil de : Christian Kewitsch
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