Sé que no logro vivir estando solo, sino solamente con Él en medio nuestro.Me comprometo a formar parte de una célula viva, a estar unido a otras personas con las cuales pueda hablar de este estilo de vida.
Me gustaría, al menos una vez al día, hablar por teléfono con alguien que pueda entender mi vida, que me entienda tan profundamente que basten cinco minutos para comprender con claridad cómo van las cosas.
Si esto, a veces, no es posible, entonces se vive la “comunión espiritual”, que de todas formas es una realidad importante. Trato de entretejer una red de relaciones y de formar parte de ella.
Esta comunión vivida no es nunca un fin en sí misma, sino que hace crecer la pasión por la unidad y el impulso de buscar la comunión dondequiera que yo vaya. No me daré paz hasta que la diócesis, la parroquia y todas las otras realidades, no formen parte de una red compuesta por células vivas con el Señor viviente en medio de ellas.
Así, los gestos fundamentales de mi cotidianidad, el vivir la Palabra, el encuentro consciente y esperado con el Crucificado, el rezar y vivir la comunión en una realidad de célula viva, son cosas que me hacen comprender siempre más un hecho fundamental: yo no vivo la vida solo, no soy el solista de la salvación de los demás, sino que soy una persona que vive con el Otro y por el Otro.
Mi ser está dirigido hacia el Padre y hacia los demás. Es por lo tanto, communio y reciprocidad. Está dirigido hacia tres direcciones fundamentales que parten de Cristo Crucificado: hacia el Padre, hacia el mundo, hacia la comunión.
Wilfried Hagemann, “Klaus Hemmerle, innamorato della Parola di Dio”, Città Nuova Ed., pág. 233.
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