«Tuve que dejarlo todo: patria, esposa, dos hijos pequeños. La verdad es que no tenía otra opción. Siendo docente y hombre todavía joven, hubiera tenido que enrolarme en el ISIS y difundir sus ideas. Y dado que me opuse, me hubieran matado si me quedaba allí». Una vez llegado a Graz (Austria), Mohamed, como muchos otros migrantes, quedó “aparcado” en un campo para refugiados, donde durante meses no tuvo nada que hacer ni posibilidades de contactos con el mundo exterior. «Nos sentíamos aislados y deprimidos – cuenta – pero en un determinado momento alguien empezó a interesarse en nosotros». Eran los de la comunidad local de los Focolares. Ellos, gracias a la mediación de una amiga siria, que se encuentra en Graz desde hace tres años, invitaron a los refugiados de Siria que vivían en el campo – unos cuarenta – para que se reunieran en una sala parroquial. Allí pudieron expresar sus necesidades más apremiantes: aprender el idioma y encontrar un trabajo. La comunidad se puso manos a la obra y en poco tiempo logró organizar un curso de alemán. Alguien ofreció dinero para los libros de texto; una señora recogió entre los amigos unas quince bicicletas, cubrió personalmente los gastos de reparación y las puso a disposición de los estudiantes que debían recorrer unos 10 km para llegar a clases; otros realizaron trabajitos de restauración en las casas y en el cuidado de los jardines. «Por fin teníamos algo útil que hacer – suspira con alivio Mohamed –, por fin alguien nos daba una mano y nos apreciaba». Así nació una amistad que se ha vuelto cada vez más profunda. De tal suerte que llegó a ser lógico encontrarse, comer juntos y también abrirse al diálogo cultural y religioso. El primer paso fue ir juntos a la mezquita, donde encontraron a muchas otras personas; una vez llegaron incluso a ser unos 400, «Algo grandioso para nosotros – confía Mohamed –. Por fin nos sentíamos nosotros mismos. Allí podíamos olvidar lo que nos estaba pasando y entrar en contacto directo con Dios. Vivir ese momento juntos musulmanes y cristianos nos hizo sentir aún más cercanos los unos con los otros». Durante el verano, 4 musulmanes participaron de la Mariápolis, cuya fecha coincidía precisamente con el fin del Ramadán, celebrado todos juntos con músicas árabes, danzas al aire libre y dulces sirios. En esos mismos días, Mohamed se enteró de la muerte de su madre. Fue una ocasión conmovedora para orar juntos por ella recitando algunos Salmos, elegidos de manera que respetaran la sensibilidad de todos. También comprender el dolor del otro es un diálogo profundo. Luego Mohamed presentó a las Autoridades la solicitud de reagrupación familiar en Austria, trámite que se reveló muy complicado. Veintidós veces su esposa se preparó para alcanzar a pie la frontera (7 horas de caminata, pasando hambre, frío y peligros), para luego ser puntualmente rechazada. Una vez fue incluso encarcelada. Pero al final logró cruzar los confines. Se acercaba entonces la tan esperada recomposición de la familia. Les sugirieron no radicarse en Graz, sino en Viena. Con pesar Mohamed tuvo que dejar a sus amigos de Graz, ignorando que la misma cálida acogida la encontraría también en la comunidad focolarina de la capital que, mientras tanto, fue avisada de su llegada. La comunidad del Focolar se activó para ofrecer a la familia una vivienda digna, lo cual no era algo fácil dada la escasez de alojamientos. Nació así la idea de dirigirse a unas religiosas amigas que administraban una casa para ancianos. En el lapso de un día llegó la primera respuesta positiva, gracias a un tranquilizador coloquio con los miembros del Focolar. Así, desde hace dos meses, la familia de Mohamed vive en esta casa de religiosas cristianas, con ningún tipo de incomodidad por ambos lados. Las religiosas han tomado conciencia de las costumbres de los huéspedes musulmanes y la familia vive en una estructura con numerosos y evidentes símbolos cristianos. También esto es parte del diálogo y, como afirma Mohamed: «cristianos y musulmanes somos realmente hermanos».
Poner en práctica el amor
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