- Mártir, y más que mártir, – dice san Bernardo.
Bajo la cruz, María. Verdaderamente se puede decir, en cierto sentido, que Jesús tuvo necesidad de ella, no sólo para nacer, sino también para morir. Hubo un momento en el cual desde la cruz, abandonado en la tierra por los hombres, se sintió también abandonado por el Padre del Cielo: entonces se dirigió a la madre, a los pies de la cruz: a la madre que no lo había abandonado y vencía la naturaleza para no caer en esa prueba bajo la cual cualquier mujer se habría derrumbado. Como intuyó Goethe, en el Fausto, el padecer de María y de Jesús en el Calvario fueron un «único dolor». Después, habiendo muerto el hijo, la madre siguió sufriendo. Él, muerto, fue depositado en el regazo de ella: más impotente que cuando era niño. Un Dios muerto ¡en el regazo de una madre! Entonces, sí, ella fue reina. Porque Jesús recapitulaba a la humanidad, era la humanidad completa de todos los tiempos, custodiada en el regazo de María, quien en esa desolación se presenta como la madre y la reina de la familia humana que camina por las calles del dolor. Su grandeza fue similar a su angustia. Pero, como se ve, su majestuosidad fue un primado en el sufrimiento: el único modo para ser la más cercana, inmediatamente próxima, al Crucificado. Si pensamos en el desgarro de María bajo la cruz, en el dolor de la madre por el tormento del Hijo, víctima voluntaria de todas las culpas del mundo y de todos los sufrimientos de los hombres, se intuye la inmensidad de la tragedia padecida; una tragedia cósmica. Y es la medida de nuestra pobreza cuando a ella le dedicamos alguna frase de estampita, alguna pobre jaculatoria … Nos parece que perdemos tiempo sólo meditando, o llorando, por ella: y corremos el riesgo de perder la eternidad, Injertarnos en ese dolor significa incluirnos en la redención. Coloquémonos junto a ella al lado del Crucificado, eligiendo el rol de víctimas y no el de verdugos, abrazando el dolor en contra de las insinuaciones que el dinero nos ofrece, la cruz contra el vicio: para estar después con María sosteniendo sobre el regazo, en medio del abandono, el cuerpo exangüe de Jesús, el cuerpo místico que las persecuciones desangran. Siempre, en los momentos en que la Iglesia esdesgarrada y Cristo sufre en los cristianos, se ve nuevamente a María que recoge en su regazo Su cuerpo llagado. Y porque Cristo reasume a la humanidad, se identificó con la humanidad, he aquí que la Iglesia se asemeja a la misma María que acoge a los pueblos en medio de las guerras» (Igino Giordani, Maria modello perfetto, Città Nuova, Roma, 2001, pp.124-129)
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