El testimonio de los voluntarios de la “Casa de los Niños”, de Cochabamba (Bolivia), obra inspirada en la espiritualidad de la unidad, comprometidos en atender sin descanso a los contagiados de COVID-19 y en dar consuelo a los moribundos. Hemos vuelto a recorrer las calles de nuestra ciudad con un poco de inconciencia y mucha ingenuidad. Este virus asusta a todos. Empuja a aislarse unos de otros. Pero somos conscientes de la importancia y de la necesidad de lo que se nos pide con la mayor urgencia. Por eso no retrocedemos, aunque tratamos de tomar las debidas precauciones. Realizamos las pruebas cada semana y los test siguen dándonos resultados negativos. Tal vez alguien tiende una mano misericordiosa sobre nuestra ingenuidad. Aquí comenzó la estación fría y las infecciones por COVID-19 han aumentado exponencialmente. Hemos llegado a cifras hasta ahora nunca alcanzadas. Los hospitales públicos están al límite. La gente muere en el coche, esperando que se libere una cama… Incluso en las clínicas privadas, muy caras, se suspendieron las hospitalizaciones. Ya no se encuentra oxígeno medico y hay largas colas para reabastecimiento en los dos únicos lugares preparados para este servicio pago. ¡Un cilindro de 6 m3 dura menos de 5 horas! Los medicamentos más especializados se encuentran sólo en el mercado negro: ¡cada frasco tiene un costo de casi 1500 dólares! Llevamos oxígeno y remedios allí en donde nos llaman. Este año las personas afectadas por el virus son mucho más jóvenes. Contamos con los permisos para circular todos los días y a toda hora. Nuestro furgón, muy espacioso, se ha transformado en ambulancia y, a menudo y con dolor, en un coche fúnebre a costo cero. El tiempo pasa muy rápido para quien necesita y lucha por respirar, así que también nosotros corremos y no tenemos tiempo para pensar en nosotros mismos. Llevamos oxígeno y medicinas, pero, para decir la verdad, estamos comprometidos con llevar sobre todo semillas de esperanza. A pesar de encontrarnos por primera vez con las personas que visitamos, se establece enseguida una recíproca complicidad que abre las puertas a la esperanza. Y, poco a poco, el miedo se diluye y las vemos sonreir serenas. También llevamos la coronilla del Rosario. No es un amuleto mágico. No. Es nuestra coronilla de las grandes aflicciones y dolores de este tiempo, de tantos hermanos y hermanas, que queremos encomendar al corazón de la Madre celestial. Es parte de la oxigenoterapia: ¡da aire al corazón de quien sufre! Nos reunimos cada noche para la oración comunitaria de nuestra ciudadela, al aire libre, frente a la hermosa capilla que acoge las historias de muchos de nuestros niños que ya volaron al cielo. Rezamos delante de la estatua de la “Virgen de Urcupiña”, patrona de Cochabamba, que lleva a su Hijo en brazos. La nuestra es una oracíon que va directamente al cielo y que quiere fijar los nombres de muchos que hemos visitado durante el día. Pedimos para cada uno una luz del cielo, necesaria para iluminar la noche de su dolor.
Los voluntarios de la “Casa de los Niños” – Cochabamba (Bolivia)
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