Félicité: Habíamos colocado todas nuestras esperanzas en nuestro hijo mayor. Era de verdad el más brillante de nuestros hijos: inteligente, colaborador, capaz. En 2008 gané un concurso como epidemióloga y me tuve que mudar a Bobo-Dioulasso, en Burkina Faso. Mi marido en cambio se quedó en Benín: tenía que ocuparse de las dos empresas de la familia que debido a la fuerte recesión económica estaban en crisis. Pero la soledad y la gran preocupación perjudicaron su salud. Preocupados por los hechos, decidimos cerrar una de las dos empresas y confiar la gestión de la otra – una agencia de viajes- a nuestro hijo. Isaac: Para recuperarme fui a Burkina a encontrarme con Félicité, pero de vez en cuando volvía a Benín para asegurarme del buen manejo de los negocios. Aunque notaba que algunas reglas no estaban siendo respetadas, no me había dado cuenta del enorme agujero económico que en dos años llevó la empresa a la quiebra. Como los pagos no estaban siendo respetados, confiscaron todos los bienes de la sociedad y cerraron las cuentas bancarias. Estando en Benín descubrí que nuestro hijo había sido engañado. Teniendo todavía confianza en él, le di algunos cheques firmados en blanco. Pero imprevistamente desapareció: nadie tenía noticias suyas, no sabíamos si estaba vivo o muerto. La deuda era altísima y yo, siendo todavía el titular de la empresa, corría el riesgo de ir a la prisión. Con Félicité nos comprometimos en pagos en cuotas, convenciendo a los acreedores que era una víctima inocente de la mala administración de nuestro hijo. ¿Cómo podía imaginar que mi hijo mayor habría abusado de mi confianza y que, peor, habría desaparecido sin dejar huella? Él no era más mi hijo. No me quedaba otra cosa que hacer, que borrarlo completamente de la memoria. Félicité: Para mí la herida era más profunda. Temía que, por no enfrentar la ira de nosotros sus padres, se hubiese suicidado o hubiera sido raptado por los acreedores. Viví unos meses durísimos. Fue muy grande la sorpresa cuando, en ocasión de mi cumpleaños, recibí sus saludos a través de internet. Isaac, sin embargo, no quería perdonarlo y mucho menos buscarlo. Justo en ese período fuimos invitados a un encuentro en Costa de Marfil organizado por los Focolares. Allí, en un video, vimos que Chiara Lubich explicaba que, en las situaciones difíciles hay que ser como la gallina que cuando un pollito se cae en una zanja, baja con todos los pollitos a buscar a ése que se cayó. Muy impresionados por esta enseñanza, compartimos nuestra situación con las otras familias y todas nos animaron a ir a buscar a nuestro hijo. La misericordia venció a la cólera. Después de una misa para confiarle al Señor el largo viaje, fuimos a Níger pues un amigo suyo nos había dado un número de teléfono de ese país. Era la única referencia que teníamos. Después de haber atravesado dos países, llegamos a la capital, lo llamamos y él llegó enseguida al estacionamiento donde estábamos. Estaba muy contento de vernos y sobre todo de experimentar nuestro amor a pesar de todo. Había adelgazado mucho, estaba lleno de problemas que bien o mal trataba de resolver. Nosotros le aseguramos que la solución la habríamos encontrado juntos. La acogida y la paz que había vuelto le permitieron retomar vuelo, que se concretó con algunas importantes etapas resolutivas: arrepentimiento, vuelta a Dios y a la oración, renacimiento profesional, noviazgo y matrimonio. Isaac: Finalizando esta experiencia, podemos decir que comprobamos que la Misericordia y la Paz son las armas que no hacen libres.
Poner en práctica el amor
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