Desde Centro y Suramérica hasta Europa, desde África a Medio Oriente, se realizaron 50 campos de trabajo para construir “con la cabeza, las manos y el corazón”, hombres abiertos e inclusivos. Hombres-mundo deseosos de regalar a los demás las propias riquezas abriéndose al mismo tiempo a las de los demás. Cada tres años, los Chicos por la Unidad del Movimiento de los Focolares promueven una serie de talleres internacionales para formarse en la cultura de la fraternidad en una dimensión mundial, como antídoto a la división, a la intolerancia, a la propagación de la división y del odio. Eran dos las fases de cada campo: la primera para aprender a conocer y respetar la patria de los demás como la propia. La segunda para realizar acciones solidarias concretas, especialmente en las periferias más marginadas y con las personas más “descartadas”: inmigrantes, personas sin techo, huérfanos, enfermos, gitanos. En Lituania los chicos que participaron en el programa, en el que estuvo también un grupo procedente de Suiza, fueron a un hospital para personas discapacitadas y enfermos mentales, y lograron involucrar incluso a un joven que por lo general es reacio a todo estímulo. En Skofia Loka, en Eslovenia, (pequeño Estado en el corazón de Europa), el objetivo era involucrar a las personas que viven en la calle. En Bratislava, los muchachos alemanes y eslovacos se dedicaron a la limpieza de las orillas del Danubio y recogieron seis quintales de basura. Pero también se realizaron conciertos, “flash mob”, festivales en varias plazas del Este de Europa, que despertaron el interés y la curiosidad de los medios de comunicación. En Faro, algunos jóvenes fueron entrevistados por la televisión, nacional. En la ciudadela croata el Foro fue un microcosmos internacional: 280 chicos de 22 naciones (con 12 traducciones), entre ellos Palestina, Israel, Líbano, Jordania, Siria y Venezuela. «Cuando hablé con los jóvenes de Venezuela – dijo– una chica de Tierra Santa- comprendí que en todos los países existen problemas. Nosotros estamos en guerra, pero por lo menos tenemos algo para comer. En Venezuela ni siquiera esto. Ante esta realidad, llevé una canasta y propuse que pusiéramos en común lo que teníamos». Otra: «De ahora en adelante, cuando me pregunten cuántos hermanos tengo, ¡diré 280!». Un grupo de chicas que llegaba en el vuelo de USA, perdió sus valijas, que fueron reencontradas después de algunos días. Mientras tanto, acostumbradas a tener de todo, experimentaron lo que significa depender del amor (y de la ropa) de los demás. También esto ha sido un don. En Serbia, el Campo se realizó en Cardak, a una hora de auto desde Belgrado. Los chicos fueron alojados en una estructura del Estado en una zona boscosa, donde anteriormente habían pasado un centenar de prófugos que huían de los Balcanes: un símbolo de la belleza y el dolor en el atormentado recorrido de unidad entre los pueblos, iglesias, religiones. También ellos experimentaron la diversidad de religión (eran cristianos y musulmanes) y de confesiones (entre ellos había católicos, ortodoxos, luteranos, reformados, anglicanos), y algunos no se identificaban con ningún credo, pero todos se sintieron profundamente integrados. En Paztún, en la zona Maya Kaquchikel, de Guatemala, se realizó el Campo de Centroamérica en el que participaron 160 jóvenes de Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Guatemala y un grupo de la etnia Quiché de Santa Lucía Utatlán. La tala indiscriminada de los bosques, una verdadera llaga en el país, los impulsó a plantar miles de abetos (donados por la Alcaldía) en una hectárea de territorio público. En el Cono Sur, el Hombre Mundo asumió los colores del intercambio solidario, con acciones a favor del conocimiento recíproco y la valoración de la riqueza del pueblo sudamericano. En el Campo de Cunaco, en Chile, se realizaron talleres didácticos y recreativos y acciones de solidaridad. En Paraguay se hicieron seminarios, visitas a las comunidades guaraníes de Ita y una jornada junto con los jóvenes del Barrio San Miguel donde realizaron murales y talleres de arte. En Uruguay, los jóvenes se reunieron en Nueva Vida, el centro social animado por los Focolares en una zona periférica de Montevideo, realizaron actividades para los niños, talleres, torneos deportivos y juegos. En Argentina compartieron la vida de sus coetáneos de la isla Margarita, cerca del Tigre, localidad al norte de Buenos Aires, en el delta del Río de la Plata. En Italia, el calor y el clima bochornoso no disminuyeron el entusiasmo en muchas ciudades. En la capital el Campo se desarrolló en Corviale, dentro de un barrio dormitorio donde el deterioro y la degradación son el marco de historias de violencia y pobreza. Se dedicaron a la limpieza de un área verde que se usa para descargar la basura, a fin de que renazca ese espacio como lugar para que los niños puedan jugar. Éstos son solo algunos ejemplos de los 50 Campos de trabajo que se realizaron en distintos países por millares de jóvenes, todos ingenieros y obreros especializados en la proyección y construcción más importante: la de un mundo unido.
Poner en práctica el amor
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