«Dios mío, recuerdo esos momentos, cuando era más joven, que te escribía cartas. Eran cartas llenas de preguntas, para las que quería respuestas inmediatas. Tenía 12 años cuando empecé a ver el mundo de una manera distinta. Había nacido en una hermosa familia, como las que se ven en las películas. Tenía una madre premurosa que se levantaba temprano para preparar el desayuno, un padre amoroso y dos adorables hermanitas más chicas, siempre felices por las pequeñas cosas de la vida. Pero exactamente como en las películas, un día todo eso se derrumbó. Al despertarme, vi que mi madre no estaba. Recuerdo claramente, el domingo era el día de los “pancakes”, mi padre prepararía “pancakes” y mi madre cocinaría huevos y tocino. Pero ese día vi que mi padre bebía su café, solo. No habia “pancakes”. No había ni huevos ni tocino. Y mamá no estaba. Papá me explicó que nos había dejado. Mis hermanas tenían 8 y 6 años. Las abracé, prometiéndole al cielo que iba a hacer todo lo posible para cuidarlas. En la ciudad, estábmos en la boca de todos. Los padres, los maestros y profesores, los niños, todos hablaban de nosotros. En muchos momentos habría querido sólo ir y contraatacar, para proteger a mis hermanas, o simplemente llorar y lamentarme contigo “¿Por qué? ¿Por qué nos ha pasado justamente a nosotros? Soy demasiado joven para afrontar todo esto. Dios, ¿en dónde estás?” Mi padre, la persona mejor del mundo, no se lo merecía. Nos fuimos a vivir con los abuelos. Un día, mientras estaba en la escuela, comiendo con mis compañeros, mis hermanas se precipitaron sobre mí para decirme que mamá estaba allí. Imposible, pensé. La vi venir hacia nosotros. Tenía una bolsa llena de regalos para mí y mis hermanas. No sabía qué estaba experimentando. La ignoré. “¿Por qué ahora? ¿Por qué has vuelto? ¿Después de haber dejado a tu familia? ¿Piensas que puedes volver atrás así? Y ¿piensas que te perdonaremos y te recibiremos con los brazos abiertos? ¿Piensas que los regalos pueden llenar el vacio de todos esos momentos en los que no estuviste? No”. Así, Dios, te pedí que me mandaras a tus ángeles como mensajeros. No sé cómo y cuándo, pero sentía en mi corazón que me estabas escuchando. Recuerdo que le escribí también a María. Le dije que tenía necesidad de una madre. Y tú me respondiste en serio. Se dio ese día, cuando hablé con la abuela. Ella me ayudó a comprender que tenía que ir más allá del dolor que mamá nos había causado. Estaba Jesús dentro de ella. Y a pesar de todas las cosas feas que podemos hacer en la vida, su amor por nosotros no cambia nunca. Incluso si caemos y cometemos errores, él nos amará siempre, inmensamente. No fue fácil, tuve que liberar mi corazón, y dejarla entrar, poco a poco. Empezamos a construir una relación, y ahora mi madre forma parte de mi vida nuevamente. El amor que tengo por mi familia es tan grande que siempre habrá espacio para los errores y la aceptación. Puedo no tener una familia como la de las películas, pero tengo una historia que es real, y es mejor gracias a ti, mi Dios, que la has guiado. Y la has escrito. La vida no se detiene aquí, aún tengo muchas batallas por superar, hay tantos desafíos, pero una cosa es cierta, tengo confianza en tus planes para mí. Podría no entenderlos enseguida, pero tengo esta fe en mi corazón: siempre estarás para mí, no importa cómo».
Poner en práctica el amor
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