Ene 3, 2018 | Focolare Worldwide
«Es el título que elegimos juntos, sin reflexionar mucho. Construyendo puentes, no podía ser más indicado: entre los chicos de los barrios más pudientes y de las comunidades más pobres no existían diferencias. Los equipos estaban compuestos por chicos y chicas de los 10 a los 18 años, todos juntos. Los más grandes cuidaban de los más pequeños, los más pequeños animaban a los más grandes. La participación de comunidades pobres no se sintió ningún tipo de asistencialismo, de esta interacción todos salían beneficiados». Renzo Megli, quien desde un principio formó parte de la organización de las Olimpiadas para los chicos, puso en claro enseguida las premisas para el completo éxito del proyecto. Describió la preparación con un acento apasionante. «Parecía que el viento soplaba siempre en contra. La idea de perfeccionista y el recuerdo de las canchas deportivas “profesionales” o “semi profesionales” de las ediciones anteriores nos cerraba la mente, bloqueaba el espíritu, entristecía el pensamiento. Yo por el contrario, estaba feliz. Feliz porque todas las puertas se cerraban y por el lento y fatigoso cambio de dirección, la única posibilidad que quedaba era llevar las Olimpiadas al CEU, el Condominio Espiritual Uirapuru. Empezamos a trabajar, decididos a realizar el evento. Pero la tensión seguía siendo evidente, las brújulas estaban desorientadas por los viejos campos magnéticos. ¡Basta! Era necesario elegir: ¿o seguíamos adelante compactos o nos deteníamos? ¿Qué es mejor, realizar algo menos perfecto, pero juntos, o más perfecto, pero desunidos entre nosotros? Serán Olimpiadas distintas, menos profesionales, quizás menos “chic”. Y quizás precisamente la brisa del Espíritu nos estaba llevando a hacer algo nuevo, distinto. Decidimos dirigirnos hacia ese “norte” común. También quien en primera instancia se oponía empezó a remar en la misma dirección. Sólo en ese momento me vino a la mente una conversación que había tenido hacía mucho tiempo con un focolarino más grande que yo. Me había dado un consejo: “Para perder tu idea primero tienes que tenerla y, posiblemente debe ser realmente tuya, como una hija, carne de tu carne. Piensa en una botella de champán, tiene que estar llena antes de quitar el tapón y dejar que espumee”. Me sentía así, “padre” de mi idea, pero dispuesto a perderla. “Perdiendo” cada uno la propia, nos convertimos juntos en “padres” de una idea todavía más bella, que poco a poco se fue afinando». Renzo prosigue su relato: «El responsable del CEU nos había prometido un espacio y el equipo. Todo el trabajo realizado hasta ese momento estaba basado en esta disponibilidad. Pero después se echó para atrás: ya no se podía usar el espacio. La “dinámica del perder” y lanzar en Dios toda preocupación se había vuelto tan cotidiana que después de pocos segundos de la noticia de esta adversidad entendimos que era un signo del Espíritu. Invitar a los niños de la comunidad CEU era lo más importante, pero el tiempo volaba y las inscripciones llegaban lentamente, dejándonos un nudo en la garganta: ¿llegaremos al número mínimo de participantes? Decidimos abrir las inscripciones también para quienes no podían participar por dificultades económicas. Queríamos confiar en la Providencia. Surgieron muchos patrocinadores y todos los gastos, también los imprevistos fueron cubiertos. La sonrisa de los numerosos niños del CEU presentes en nuestras Olimpiadas se volvió nuestra imagen. Había una alegría extraordinaria evidente en todos, animadores, padres, jugadores. Un niño de una comunidad del CEU dijo: “Aquí encontré a mi papá”. Era un chico más grande que realmente lo había querido. Entre los participantes, también estaban las chicas del Lar Santa Mônica, una comunidad que acoge adolescentes víctimas de abusos sexuales domésticos. Habían llegado con una actitud huraña y sólo con el deseo de volver enseguida a la casa. Pero después, en cambio, participaron hasta lo último. Las vimos regresar felices. Esta transformación fue una de las más bellas victorias de nuestras Olimpiadas».
Dic 29, 2017 | Focolare Worldwide
Si no hubiese sido por un grupo de amigas, maestras de una escuela para niños de la calle, por lo tanto muy conocedoras de lo que es la miseria y las carencias de todo tipo, no hubiera nunca descubierto este aspecto de mi ciudad; los pobres. Sin embargo, Saigón, o como la llamamos ahora, Ho Chi Minh City, es también esto: pobreza, carestía, sufrimiento. En Navidad y para las grandes fiestas, se acostumbra pasear, tal vez cerca o detrás de las famosas cervecerías y buscar, en verdaderos y reales tugurios, mal olientes e infestados de ratones, a algunas familias pobres o más bien paupérrimas. Creía haber visto la pobreza en Tailandia, entre los prófugos Karen y emigrantes en las montañas del Norte y en los canales sucios de Bangkok, pero lo que vi hoy en Saigón, en la “Milán del Vietnam”, nunca lo habría imaginado. Pequeñas habitaciones, habitadas por 12 personas, y en ocasiones tres perros. Me producía náuseas, a tal punto, cuando entraba en esos lugares, que con esfuerzo me quedaba. Pero después, al ver los rostros de esos niños que se iluminaban, de esas madres que me miraban intensamente para decirme “gracias” cuando les ofrezco una bolsa con 5 kilos de arroz, me siento recompensada y me vienen deseos de vivir y como la alegría que uno siente cuando se seca después de una lluvia que te ha empapado totalmente. Y además están los pesebres de Saigón, son muchas estrellas cometa encima de las casas de muchas familias y además algunos callejones completamente iluminados, que dan color y un calor muy particular a esta ciudad, que no es para nada “fría”, impersonal, separada: y ni siquiera atea. Se ven las estrellas y los pesebres, porque los descubres por todos lados, y se te aparecen en muchos ángulos de las calles: los descubres casi de repente. Entre todos ellos, me impresionaron los pesebres de los mercados populares, de noche, casi al abrigo de la basura de un día entero: o también aquellos en un callejón perdido de la periferia, pero iluminado a causa de dos grandes pesebres armados justo en esa calle. Y después, en la parte de arriba de las casas, de noche, las estrellas fluorescentes que se encienden de forma intermitente. Volviendo esta noche a mi casa, después de que giré visitando a los pobres, miraba este espectáculo que me llenó de un gran sentido de gratitud: aunque estoy lejos de mi casa, no me falta el verdadero sentido de la Navidad. El Papa Francisco, el año pasado, dijo: «La Navidad es la fiesta de la debilidad, porque se festeja a un niño, signo de fragilidad, de pequeñez, de humildad y amor». Hoy comprendo un poco mejor esas palabras: esta noche que dejo a mis espaldas, porque ya es casi de mañana, estuvo iluminada por el amor que vi entre la gente que fue para ayudar, socorrer, mostrar cercanía al que sufre. Todavía una vez más, la noche cultural en la que vivimos está siendo iluminada por estos “pesebres vivos”, por gente, que hizo de ese Niño la verdadera razón de su propia vida. Y comprendí que el mensaje verdadero de la Navidad no ha muerto, sino que ese mensaje de amor, de comprensión, de ternura está vivo, y yo lo vi: estaba concentrado en el gesto de tomar en brazos un pequeño niño discapacitado de 3 años y estrecharlo fuerte a mi pecho. Y ese niño que se dejó levantar por este rostro desconocido. Toda la tecnología de los presentes y futuros robots (la nueva “frontera comercial” procedente de Asia y de la cual se habla mucho) no lograrán nunca realizar este milagro: el amor. Porque el amor es gratis. El amor no es un deber y nadie te lo puede ordenar o programar. Es un don que nace dentro. He visto rostros que se iluminaron y que creen que la vida, mañana por la mañana, irá adelante y que será un día más lindo que el de ayer. No me falta mi Europa en esta Navidad. Porque donde está el amor está también mi casa. También Saigón es mi casa.
Dic 20, 2017 | Focolare Worldwide
Hacia la Navidad «Sabía que la empresa donde trabajo iba a cerrar y que pronto me iba a quedar sin trabajo. A pesar de esto, acercándose la Navidad, con los colegas pensamos poner aparte algo de nuestro sueldo para dar a los más pobres. Fuimos entonces a visitar a una familia que vive en una choza, sin nada. Además del sobre con dinero, llevamos también juguetes para los niños. Nos fuimos de allí muy contentos. Nos parecía que era la mejor preparación para el nacimiento del Señor. Y antes de que terminara el día, nos llegó una buena noticia: se nos aseguró el trabajo por otros cinco meses». (J.L.V. – México) Hambre «Un día, en la escuela, vi a una niña que estaba sola, apartada del grupo. Fui enseguida a preguntarle: «¿Por qué lloras?». Me dijo que se sentía mal del estómago porque no había desayunado y que no tenía nada para comer en el almuerzo. Pensé: «Es Jesús que tiene hambre» y le di mi pancito. Un poco más tarde, esa niña me dijo: «Ahora no me duele más el estómago». Yo me quedé muy feliz». (S.S – Filipinas) ¡Yo perdono! «Estaba jugando con un amigo cuando llegó un chico que sin motivo me pegó en la cabeza, por lo cual me tuvieron que dar una medicina en el hospital. Volviendo a casa, tenía un sólo pensamiento: vengarme. Al día siguiente, el padre de este chico vino a pedir disculpas. Y agregó: «Te doy permiso para que hagas a mi hijo lo que él te hizo. ¡Tal vez así comprenderá lo mal que se comportó!». En ese momento me acordé de la invitación de Jesús de amar a los enemigos y le respondí que ya lo había perdonado. Sorprendido, el papá llamó al hijo. Nos reconciliamos y ahora vivimos en paz». (Dionisio – Angola) Taladros robados «Mientras estaba trabajando en la oficina junto con mi colega Benda, que es musulmán, escuchamos un ruido afuera. Fuimos a ver: alguien había roto el vidrio de nuestra camioneta y había robado tres taladros. Era la primera vez que nos sucedía algo de este tipo. Estábamos desconsolados. Después pensé que tenía que perdonar al autor de esa acción, que probablemente había actuado impulsado por una necesidad. Benda, recordando una frase del Corán, agregó: «Cuando una persona perdona, lo que se le ha sido quitado le será devuelto por alguna otra persona». De noche, en casa, mientras contaba lo que había pasado, un pariente mío, me ofreció unos taladros que él no usaba más. Al día siguiente, nos los trajo, y uno de los tres era igual a uno de los que nos habían robado, que era el de mayor valor». (A.G. – Italia)
Dic 15, 2017 | Focolare Worldwide
«Por más que África sea rica, existen otros que parecen beneficiarse más que África de sus riquezas. Al conceder contratos y hacer concesiones para la extracción de minerales a las multinacionales por ejemplo, existe un juego de intereses, en los cuales ‘los beneficios’ y los ‘compromisos’, ‘los arreglos’ y ‘los agradecimientos’ tienen como consecuencia la explotación del país productor, sin un verdadero aumento del nivel de vida de las poblaciones» Raphael Takougang, abogado camerunés de Comunión y Derecho, delinea con fuertes pinceladas el cuadro de la realidad que se vive hoy en África: «La corrupción en África no es sólo obra de ciudadanos individuales, es sobre todo, un modo consolidado con el cual las potencias económicas “crean” y sostienen a políticos déspotas con tal de que estén dispuestos a proteger sus intereses, con la complicidad silenciosa dela comunidad internacional». Los que pagan son siempre los más pobres. Takougang no se limita sólo a hacer denuncias, al contrario, a pesar de todo se manifiesta optimista «porque está naciendo una nueva generación de líderes políticos en África que ha comprendido que tendrá que ser principalmente el ciudadano quien controle la acción de quien lo gobierna para asegurar la defensa de los derechos fundamentales de los pueblos africanos a la vida, a la educación, a la salud, al bienestar espiritual y material». Patience Lobé, ingeniera – responsable mundial de las voluntarias, quienes, junto con los voluntarios animan Humanidad Nueva – durante todo su mandato como dirigente en el Ministerio de Obras Públicas en Camerún recibió pesadas amenazas: «Para la concepción africana de la solidaridad cualquier persona necesitada debe sentirse satisfecha en sus necesidades. . Por este motivo pasaban continuamente personas por mi oficina, algunos para pedir trabajo, otros para pedir apoyo económico. Durante mi permanencia como responsable en esa oficina no hubo un día en el cual no hubiera sido tentada o amenazada. La corrupción es un virus difundido, contagioso, difícil de extinguir. Como todos los virus hay una vacuna que sirve para poderlo debilitar. La vacuna podría estar representada por un verdadero cambio de mentalidad: la educación a una cultura distinta de la consumista, que encuentra en la posesión de los bienes y en recorrer el tener como único camino hacia la felicidad». Del mismo modo, no es fácil comenzar a abrir caminos y buenas prácticas en el campo de la lucha contra la ilegalidad en la gestión del dinero público. Françoise, funcionaria francesa en el Ministerio de Finanzas, cuenta: «Por la variedad de las situaciones, de los servicios públicos y de las cuestiones que debo tratar, no es siempre fácil mantener el discernimiento, defender la legalidad, sostener las buenas prácticas de gestión o simplemente ser coherente con los principios de honestidad (también intelectual), rectitud, cooperación y solidaridad con los colegas. Pero la experiencia de trabajo en el correr de los años me ha confirmado, que, cada vez que fui fiel a estos valores, descubrí siempre nuevos horizontes, nuevos modos de actuar, las situaciones se resolviendo y la unidad entre instituciones y personas fue posible». Paolo, dirigente Municipal de una gran ciudad italiana, agrega: «No debemos olvidar que como empleados públicos nuestra función primaria es la dedicarnos al bien de la comunidad en todos sus aspectos, asumiendo el peso de las responsabilidades que deriven de esta actitud. Cada acción debe realizarse conforme a principios y valores sin los cuales no se puede vivir juntos, de tal manera que favorezcan el bienestar y el progreso humano de todos los ciudadanos». Lucha contra la corrupción, por lo tanto, pero no sólo esto. Difundir buenas prácticas, respetar los derechos del ciudadano y de sus necesidades, pero también acogida, capacidad de ponerse a trabajar en red con otras instituciones: son es éstos los grandes desafíos para quienes trabajan en la Administración Pública. Los participantes en el Congreso están convencidos de esto e hicieron suyo este procedimiento para continuar llevando adelante cada día. Son semillas de una cultura de la legalidad que fructificará, sin hacer ruido, en su propio país.
Dic 14, 2017 | Focolare Worldwide
Nací en Bérgamo (Italia), soy la mayor de 4 hijos de una linda familia con sólidas raíces cristianas. Cuanto tenía 17 años, iba a la escuela superior y estaba comprometida en la parroquia. Me apasionaba el estudio, dedicarme a los demás, los paseos a la montaña. Tenía muchos amigos y una experiencia de fe rica. Era, como se decía entonces, “una buena muchacha”, sin embargo… me faltaba algo. Buscaba algo todavía más grande, bello, auténtico. Italia atravesaba años difíciles marcados por los atentados de las Brigadas Rojas y por la crisis laboral. Mi papá, metal-mecánico, primero se había tenido que acoger al subsidio estatal porque le habían reducido el horario laboral y, después perdió definitivamente el trabajo. Yo sentía un fuerte el dolor ante las injusticias, ante las contraposiciones sociales, me atraía el compromiso político para renovar la sociedad. Transcurría horas hablando con mis amigos, confrontándonos en debates que, sin embargo, me dejaban vacía por dentro. Un día Anita, una chica de la parroquia, nos invitó a mí y a mi hermana al Genfest que se iba a realizar en Roma. Nos dijo que nos encontraríamos con miles de jóvenes de otros países y también con el Papa. Anita tenía algo especial. Una alegría sincera brillaba en sus ojos, y como ella, otras personas de la parroquia –el sacerdote, dos catequistas, un seminarista- parecía que tenían un secreto: estaban siempre abiertos a todos, disponibles, eran capaces de escuchar en forma auténtica. Con una buena dosis de inconciencia, mi hermana y yo partimos con un centenar de jóvenes de la parroquia a Roma, al Genfest. Debido a un accidente llegamos tarde al estadio Flaminio, y nos tocó ubicarnos en la parte alta de las graderías, en la parte descubierta y lejos del palco donde ondeaba un escrito: “Por un mundo unido”. Llovía sin parar y estaba empapada. Empecé a preguntarme cómo se me había ocurrido emprender una aventura de este tipo. Pero enseguida unos jóvenes suizos que estaban sentados unas gradas más debajo de las nuestras, nos pasaron una lona para que nos reparáramos de la lluvia, nos ofrecieron comida y nos prestaron binoculares para poder seguir mejor el programa. Hablábamos idiomas distintos, pero nos entendimos enseguida: experimenté la gratuidad del amor y una gran acogida. En la gramilla del estadio, a pesar de la lluvia, se alternaban coreografías coloridas. Me parecía que había entrado en otra dimensión. 40.000 jóvenes llenos de entusiasmo que llegaban de todas partes de la Tierra, que daban testimonio del Evangelio vivido realmente. Después subió al palco una pequeña mujer de cabello blanco. Era Chiara Lubich. La veía por el binocular. Apenas empezó a hablar, el estadio hizo profundo silencio. Escuchaba absorta, más por su tono de voz y por la convicción que emanaba que por sus palabras. Tenía una potencia que contrastaba con su figura frágil. Hablada de un “momento de Dios”, y a pesar de que hizo referencia a las divisiones, fracturas y desunidades de la humanidad, anunciaba un gran ideal: el de un mundo unido, el ideal del Jesús. Nos invitaba a llevar lo divino a la sociedad, al mundo, mediante el amor. Su intervención duró pocos minutos. Yo me sentía como aplastada por una conmoción que nunca había experimentado. Tenía el rostro húmedo por las lágrimas. Salí de ese estadio caminando entre el río de jóvenes, con la profunda convicción de que –desde ese momento en adelante- ningún acontecimiento doloroso o difícil me podría destruir: ¡el mundo unido es posible y yo tengo la maravillosa posibilidad de construirlo con mi vida! ¡Había encontrado! Quería vivir como Chiara, como esos jóvenes con quienes había estado esa tarde, tener una fe como la de ellos, su misma vivacidad, su misma alegría. A la mañana siguiente, en la Plaza San Pedro, tuvo lugar el fascinante encuentro con Juan Pablo II. Durante el viaje de regreso, yo –que era timidísima- bombardeé de preguntas a las Gen: ¡quería saber todo de ellas! Empecé a frecuentarlas en mi ciudad. Las Gen me hablaron de su secreto, un amor sin condiciones a Jesús Abandonado en cada pequeño o gran dolor en nosotros o a nuestro alrededor. Comprendí que se trataba de una experiencia de Dios, radical, sin medias tintas; que Él me invitaba a darLe todo, a seguirlo. Me vino un temor grandísimo pues para mí se trataba de TODO o NADA. En los meses sucesivos al Genfest, no faltaron los sufrimientos y dolores fuertes. Pero la vida que había emprendido con las Gen, el poderle dar un sentido al dolor, la unidad entre nosotras hecha de amor concreto, de comunión, me ayudó a seguir adelante, más allá de cada obstáculo, en una aventura extraordinaria que me dilató el corazón. Experimenté que, con Dios en medio nuestro, todo es posible y la realidad de la familia humana que había soñado era posible. Patrizia Bertoncello
Dic 13, 2017 | Focolare Worldwide
En la Escuela Loreto cada vez que empieza el año, nada es igual que antes. Sucede desde 1982, año de su fundación, porque es siempre distinta la procedencia de los núcleos familiares que la frecuentan. Así como son distintas las expectativas que los impulsan a venir a Loppiano. El ritmo de las lecciones se adapta a sus idiomas y culturas; el trabajo, que es parte integrante de la Escuela, se reacomoda; los momentos de fiesta se enriquecen con nuevos sonidos y colores.Los cursos, que están centrados en temas de familia bajo la orientación de la espiritualidad de la unidad, coinciden con el año escolar de los hijos que frecuentan las escuelas públicas vecinas. Japón, Corea, México, Brasil, Colombia, Italia-Argentina, Vietnam, son los países de las 8 familias del curso recién inaugurado. Los une un único deseo: crecer como familia en el amor recíproco del Evangelio. De hecho es ésta la única ley vigente en la ciudadela en la que estas familias quieren hacer una experiencia de inmersión total. “¿Por qué vinimos aquí?”, tratan de responder Indian Henke y Emilio de Pelotas (Brasil). “Para buscar lo esencial de la vida. No queríamos quedarnos en el círculo vicioso del lucro por eso, insertamos nuestra empresa en el proyecto de la EdC, vendimos el automóvil, les regalamos a los pobres la mitad de nuestra ropa y algunos electrodomésticos. Fue una revolución y, como consecuencia, nos vino un deseo irresistible de hacer una experiencia formativa juntos, con nuestros hijos”. “Para venir – cuenta Bao Chau, vietnamita, papá de los niños – tuvimos que esperar cuatro años por motivos familiares. Estábamos a punto de retirar la inscripción, cuando, se disiparon las dificultades, y sentimos fuertemente que Dios nos esperaba en Loppiano. Estamos aquí desde el 2016. Debido al idioma, en el curso anterior no pudimos comprender todo. Por eso pensamos quedarnos otro año. Hice la solicitud a mi jefe, les pedí a mis hermanos si me podían ayudar con el préstamo de la casa e hice la solicitud a los responsables de la Escuela. Después de casi dos meses, finalmente todas las respuestas fueron afirmativas”. “Estamos felices de quedarnos – agrega la esposa de Bao Vy – para aprender más profundamente la vida del Evangelio y, regresando, compartir con las familias de Vietnam, creciendo juntos en el amor cada día”. “Venimos de Corea y ella es nuestra hija María Grazia de 13 años”. Así se presentan Irema y Michele, quienes fueron docentes de un Instituto que hace unos quince años fundó Michele para responder a la general exigencia de una mejor preparación universitaria. “De los diez estudiantes con los que empezamos –cuentan– en tres años las inscripciones llegaron a mil. El trabajo nos exigía cada vez más y nuestro proyecto de construir una familia unida y armoniosa empezó a resentirse” Después de una profunda comunión entre ellos, a principios de junio surgió la decisión de vender y buscar otro trabajo. Después a Michele le surgió una idea: “¡Si vendemos el Instituto y vamos a Loppiano por un año!”. Era la propuesta que Irema le había hecho cuando estaban recién casados, pero entonces no era realizable. “Teníamos que lograr vender antes de las vacaciones. Rezamos mucho y el último sábado de junio se vendió el Instituto. ¡Realmente Dios nos quería aquí!”. También componen este multiforme mosaico internacional, Francesca (34), italiana, y Roberto (37) argentino de Córdoba. “Después de varias experiencias vividas en otros países –ahora somos residentes en Italia, en Loreto. En nuestro itinerario familiar, hasta ahora breve pero intenso, no han faltado las dificultades: los contextos familiares distintos, algunos hechos externos a nosotros y nuestra forma, diferente, de reaccionar nos han obstaculizado, pero el amor y la voluntad de construir una familia sana y abierta son fuertes. Así maduró la decisión de venir a la Escuela Loreto con Isabel (3 años), para aprender a dar la justa prioridad a cada cosa y crecer como personas y como padres. Viviendo la comunión y el intercambio con los demás, y así quizás un día ser también nosotros testigos del Evangelio en el mundo”. Ver el Video