El 2 de junio del 2000 se realizó el primer congreso sobre “Comunicación y unidad” en el que Chiara Lubich propuso a los presentes el modelo del “gran comunicador”: Jesús en el momento del abandono [del Padre], mediador entre la humanidad y Dios. Después enumeró los principios rectores de una comunicación que se inspira en el carisma de la unidad. Es inconcebible que se pueda proponer una nueva comunicación desde arriba, por parte de una agencia internacional o una institución. Nacerá de la experiencia de comunicadores que tienen a Dios-Amor como modelo de comunicación y como paradigma de relaciones profesionales. Y a Él recurren aquellos de nosotros que trabajan en las comunicaciones. Éstos han extraído de su experiencia histórica un modo peculiar de hacer comunicación. Y vamos a exponerlo aquí como nuestra pequeña aportación al trabajo conjunto de estos días. Primera consideración: para ellos es esencial comunicar. El esfuerzo por vivir cada día el Evangelio, la misma experiencia de la Palabra de vida, siempre estuvo y está indisolublemente unida al acto de comunicarla, al relato de sus pasos y frutos, dado que la ley es amar al otro como a uno mismo. Pensamos que lo que no se comunica, se pierde. De este modo, sobre lo vivido se enciende una luz para quien narra y para quien escucha, y la experiencia parece fijarse en la eternidad. Se diría que tenemos casi una vocación a la comunicación. Segunda consideración: para comunicar, sentimos el deber de “hacernos uno” −como decimos nosotros− con quien escucha. (…) Tercera consideración: subrayar lo positivo. Siempre ha formado parte de nuestro estilo poner de relieve lo que es bueno, convencidos de que es infinitamente más constructivo destacar el bien, insistir en las cosas buenas y en las perspectivas positivas en lugar de detenerse en lo negativo, aunque para una persona responsable es obligatorio denunciar oportunamente errores, carencias y culpas. Por último: lo que importa es la persona, no el medio, que es un simple instrumento. Para difundir la unidad, hace falta ante todo ese medio imprescindible que es el hombre, un hombre nuevo, en palabras de san Pablo, que ha aceptado el mandato de Cristo de ser levadura, sal y luz del mundo.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, La doctrina espiritual, Ciudad Nueva 2005, p. 352-3)
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