¿Qué hacer para que nuestro esfuerzo cotidiano, nuestro trabajo y nuestras relaciones sean vehículo para construir el mundo unido? Dirigir una mirada nueva, cada mañana, a quienes encontramos, dispuestos a no juzgar, a dar confianza, a esperar siempre, a creer siempre. Por eso es necesario adquirir una mirada de misericordia, virtud que los tiempos que vivimos nos piden poner en práctica con los prójimos cercanos y lejanos. La fraternidad universal, este es el gran proyecto de Dios para la humanidad. Una fraternidad más fuerte que las inevitables divisiones, tensiones, rencores que se insinúan tan fácilmente por incomprensiones y errores. Muchas veces las familias se deshacen porque no sabemos perdonarnos. Antiguos odios mantienen divisiones entre familiares, entre grupos sociales, entre pueblos. A veces hay incluso quien enseña a no olvidar las ofensas recibidas, a cultivar sentimientos de venganza… Y un rencor sordo envenena el alma y corroe el corazón. Hay quien piensa que el perdón sea una debilidad. No, es la expresión de máxima valentía, es amor verdadero, el más auténtico porque es el más desinteresado: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen?”– dice Jesús – esto saben hacerlo todos: “Ustedes amen a sus enemigos”[1]. También a nosotros se nos pide que, aprendiendo de Él, tengamos un amor de padre, un amor de madre, un amor de misericordia con todos los que encontramos durante el día, especialmente con quien se equivoca. Además, a los que están llamados a vivir una espiritualidad de comunión, es decir, la espiritualidad cristiana, el Nuevo Testamento le pide más todavía: “Perdónense mutuamente”[2]. El amor recíproco exige casi un pacto entre nosotros: estar siempre dispuestos a perdonarnos unos a otros. Solo así podremos contribuir a la realización de la fraternidad universal. Estas palabras no solo nos invitan a perdonar, sino que nos recuerdan que el perdón es la condición necesaria para que también nosotros podamos ser perdonados. Dios nos escucha y nos perdona en la medida que nosotros sepamos perdonar. (…) De hecho, si el corazón está endurecido por el odio ni siquiera está en condiciones de reconocer y de acoger el amor misericordioso de Dios. (…) Hace falta una obra de prevención. Y así, cada mañana, dirijo una mirada nueva a los que voy encontrando en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la tienda, dispuesto a pasar por alto lo que no va con nuestro modo de hacer, dispuesto a no juzgar, a darles confianza, a esperar siempre, a creer siempre. Me acerco a cada persona con esta amnistía completa en el corazón, con este perdón universal. No recuerdo para nada sus defectos, cubro todo con el amor. Y a lo largo del día trato de reparar un desaire, un estallido de impaciencia, pidiendo disculpas o con un gesto de amistad. (…) Entonces también yo, cuando eleve la oración al Padre, sobre todo cuando le pida perdón por mis errores, veré que mi petición es escuchada, podré decir con plena confianza: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”[3].
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, en Parole di Vita, Città Nuova, 2017, pág. 667) [1] Cf. Mt 5, 42-47. [2] Cf. Col 3, 13. [3] Mt 6, 12.
0 comentarios