Todos los años cuando se acerca la Navidad, escuchamos la invitación a “preparar el camino al Señor”. (Cf. Is 40,3). Dios que, desde siempre ha manifestado su deseo ardiente de estar con sus hijos, viene “a habitar entre nosotros”. Chiara Lubich en este escrito sugiere cómo prepararnos a su venida, cómo abrir nuestro corazón a Jesús que nace. Nosotros mismos, muchas veces, advertimos el deseo de encontrar a Jesús, de tenerlo cerca en el camino de la vida, de ser inundados por su luz. Para que Él pueda entrar en nuestra vida hay que quitar los obstáculos. No se trata ya de allanar los caminos, sino de abrirle el corazón. Es Jesús mismo el que enumera algunas de las barreras que cierran nuestro corazón: “robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, inmoralidad, envidia, calumnia, soberbia…” (Mc 7, 21-22). A veces se trata de rencores hacia parientes o conocidos, prejuicios raciales, indiferencia ante las necesidades de los que tenemos al lado, faltas de atenciones y de amor en la familia… (…) ¿Cómo prepararle concretamente el camino? Pidiéndole perdón cada vez que nos damos cuenta de que hemos levantado una barrera que impide la comunión con Él. Es un acto sincero de humildad y de verdad con el cual nos presentamos ante Él tal como somos, expresándole nuestra fragilidad, nuestros errores, nuestros pecados. Es un acto de confianza con el cual reconocemos su amor de Padre “misericordioso y lleno de amor”. (Cf. Sal 103, 8). Es la expresión del deseo de mejorarse y volver a empezar. Quizás por la noche, antes de dormir, sea el momento más adecuado para detenerse, analizar la jornada trascurrida y pedirle perdón. También podemos vivir con mayor consciencia e intensidad el momento inicial de la celebración de la Eucaristía cuando, junto con la comunidad, pedimos perdón por nuestros pecados. Es de gran ayuda la confesión personal, sacramento del perdón de Dios, un encuentro con el Señor, a quien podemos ofrecer todos los errores cometidos. Volvemos a empezar salvados, con la certeza de que nos ha renovado, con la alegría de redescubrirnos verdaderos hijos de Dios. Es Dios mismo, con su perdón, el que quita cada obstáculo, el que “allana el camino” y restablece de nuevo la relación de amor con cada uno de nosotros.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, en Parole di Vita, a cura di Fabio Ciardi, Opere di Chiara Lubich, Cittá Nuova, 2017, pag. 766-768)
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