“De Jesús no oímos palabras de desprecio, de condena, sino solamente palabras de amor, de misericordia”. Así dijo el papa Francisco en su primer Angelus, el 17 de marzo de 2013. De hecho, la misericordia, el perdón son virtudes características del cristiano que podemos ejercer con cada hermano y hermana que encontramos durante la jornada. (…) ¿Qué es lo que hace tan potente a la misericordia que siempre termina por imponerse a la justicia? ¿Y por qué Jesús le da tanta importancia a esta virtud al punto de ponerla como condición para la salvación personal eterna? Como muy bien explica Juan Pablo II, la misericordia es “la condición indispensable del amor, es como su segundo nombre”[1]. (…) En la oración del “Padre nuestro” vuelve, con otras palabras, el mismo argumento: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es ley escrita en el Cielo que el perdón de nuestras ofensas nos llegará en la medida que habremos sabido perdonar a los hermanos y a las hermanas. El tema de la misericordia y del perdón recorre todo el Evangelio. En el fondo, el objetivo de Jesús es el que nos reveló en su oración final, la noche antes de la pasión: la unidad de todos, hombres y mujeres, en una gran familia que tiene su modelo en la Trinidad. Toda su enseñanza no tiende más que a darnos, con su amor, el instrumento para realizar esta altísima comunión entre nosotros y con Dios. Y la misericordia es precisamente la última expresión del amor, de la caridad, la que la completa, es decir, la hace perfecta. Tratemos, entonces, de vivir en cada relación nuestra este amor a los otros en forma de misericordia. La misericordia es un amor que sabe acoger a cada prójimo, especialmente al más pobre y necesitado. Un amor que no mide, abundante, universal, concreto. Un amor que tiende a suscitar la reciprocidad, que es el fin último de la misericordia, sin la cual habría solo justicia, que sirve para crear igualdad, pero no fraternidad. Hoy se habla con frecuencia de perdón negado a quien ha cometido graves crímenes. Se pide venganza, más que justicia. En cambio nosotros, después de haber tratado por todos los medios de resarcir el daño, tenemos que darle espacio al perdón, el único capaz de curar el trauma personal y social provocado por el mal. “Perdonen y serán perdonados”. Entonces, cualquier ofensa hayamos recibido, cualquier injusticia, perdonemos y seremos perdonados. ¡Seamos los primeros en usar piedad, en expresar compasión! Aunque parezca difícil y arriesgado, preguntémonos, ante cada prójimo: ¿Cómo se comportaría su madre con él? Es un pensamiento que nos ayudará a comprender y a vivir según el corazón de Dios.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, en Parole di Vita, Città Nuova, 2017, pp. 632/4) [1] Dives in Misericordia, n. 7
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