En la sociedad actual, el perdón es una opción decididamente contra corriente. “Algunos piensan que el perdón es una debilidad” – escribe Chiara Lubich en el pasaje que publicamos–. No, es la expresión de una valentía extrema, es el amor verdadero, el más auténtico porque el más desinteresado. Si queremos contribuir efectivamente a crear un mundo nuevo, el camino es hacer como Dios, que no solo perdona, sino que también olvida. El Señor perdona todas nuestras culpas porque “el Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia”[1]. Cierra los ojos para no ver más nuestros pecados[2], los olvida echándolos a sus espaldas[3]. Dios perdona porque, como todo padre, como toda madre, ama a sus hijos y por lo tanto los disculpa siempre, oculta sus errores, les da confianza y los alienta sin cansarse nunca. Como padre y madre, a Dios no le basta amar y perdonar a sus hijos y a sus hijas. Su mayor deseo es que ellos se traten como hermanos y hermanas, vivan de acuerdo, se quieran, se amen. La fraternidad universal, este es el plan de Dios para la humanidad. Una fraternidad más fuerte que las inevitables divisiones, tensiones, rencores que se insinúan con tanta facilidad por incomprensiones y errores. A menudo las familias se deshacen porque no se sabe perdonar. Viejos odios mantienen divididos a parientes, grupos sociales, pueblos. A veces hasta hay quien enseña a no olvidar las ofensas recibidas, a cultivar sentimientos de venganza… Entonces un sordo rencor envenena el alma y corroe el corazón. Algunos piensan que el perdón es una debilidad. No, es la expresión de una valentía extrema, es el amor verdadero, el más auténtico porque el más desinteresado: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué merito tienen?” – dice Jesús – esto saben hacerlo todos: “Ustedes amen a sus enemigos”[4] Además, a nosotros se nos pide que, aprendiendo de Él, tengamos un amor de padre, un amor de madre, un amor de misericordia con todos los que se cruzan en nuestro camino durante el día, especialmente con quien se equivoca. Además, a los que están llamados a vivir una espiritualidad de comunión, es decir, la espiritualidad cristiana, el Nuevo Testamento les pide más todavía: “perdónense mutuamente”[5] El amor recíproco exige casi un pacto entre nosotros: estar siempre dispuestos a perdonarnos unos a otros. Sólo así podremos contribuir a la realización de la fraternidad universal.
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, en Parole di Vita, Città Nuova, 2017, pp. 666-667) [1] Cf. Sal 103, 3.8 [2] Cf. Sab 11, 23 [3] Cf. Is 38, 17 [4] Cf. Mt 5, 42-47 [5] Cf. Col 3, 13
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