Foto: Jose-MIguel-Gomez – Conferencia Episcopal Colombiana
Los ojos del mundo, creyente o no, estuvieron dirigidos en días pasados a Colombia. También la comunidad de los Focolares participó activamente, a través de las parroquias, en la preparación y el desarrollo de la visita del Papa.
Susana Nuin, focolarina y miembro del equipo de Antropología Trinitaria del
Consejo episcopal latinoamericano (Celam), Organismo de la Iglesia Católica que reúne a los obispos de América Latina y del Caribe, explica: «Algunos elementos emergieron en forma muy fuerte. El primero fue la
presencia del Estado, en la persona del presidente y de todos los representantes del gobierno. El gobierno, débil y fagocitado por el narcotráfico y la guerrilla, en el pasado, ahora está comprometido en primera línea con el proceso de reconciliación. El segundo elemento fue el tema de la
reconciliación popular, vinculado al de la
justicia social, de hecho Colombia es el país con mayor porcentaje de desigualdad social».
Sole Rubiano, responsable de la editorial Ciudad Nueva, explica en una entrevista al
AGI: «Teóricamente todos están a favor de la paz, pero no todos entienden que hay necesidades de inclusión y de equidad». En Colombia ha sido posible un hecho sin precedentes en otras partes: «Víctimas y victimarios –
explica Susana Nuin – han rezado juntos, se han perdonado, reconciliado y se han abrazado. Ni siquiera en Sudáfrica ni en las dictaduras latinoamericanas víctimas y victimarios se habían puesto en el mismo plano, a la par. No bastan las leyes y los acuerdos institucionales para que se resuelvan los conflictos, es necesario el encuentro personal entre las partes. El Papa Francisco ha creado una conciencia popular que antes no existía».
En Villavicencio (500.000 habitantes, al sur de Bogotá), el Papa se encontró con 3000 representantes de las víctimas de la violencia (alrededor de 150.000 en la ciudad). Eran militares, agentes policiales y exguerrilleros.
Ha sido el momento central de la visita, un encuentro de oración por la reconciliación nacional en el Parque Las Malocas. En el centro de la escena
, sobre el altar, estaba el crucifijo de Bojayá, roto y amputado, (que el 2 de mayo de 2002 asistió a por la masacre de decenas de personas refugiadas en la iglesia). La imagen expresa el trauma de las víctimas. Siguieron los
testimonios de ex-miembros de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia),
de paramilitares, de una mujer que sufrió abusos de todo tipo. Ese mismo día (8 de septiembre), a través de una carta, el líder de las FARC escribió al Papa, pidiendo perdón por
“cada dolor provocado al pueblo de Colombia”. Una joven,
Nayibe, escribe: «Me impresionaron las palabras del Papa Francisco ante el Cristo de Bojayá: “
Para nosotros ese Cristo amputado es todavía más Cristo, porque nos demuestra que vino a sufrir por su pueblo”». Fue una jornada que muchos consideran histórica, en donde emergieron la valentía, la capacidad de sufrir y de recomenzar del pueblo colombiano.
Cartagena de Indias, en el norte de Colombia, se asoma al mar Caribe, y conserva el santuario de San Pedro Claver (1581–1654, proclamado Santo en 1888), el jesuita español que se dedicó a las víctimas de la trata de esclavos. Por una propuesta de los jesuitas, después del acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC, que puso fin al conflicto que duró más de 50 años, dejando 200.000 muertos y decenas de miles desplazados, Cartagena ha sido declarada la natural capital de los Derechos Humanos. Aquí el Papa
visitó los barrios más pobres, fue también a la casa de una mujer, Lorenza Pérez, quien con 77 años cocina y distribuye comida a quien tiene necesidad. «Soy la más pobre de los pobres -dice ella misma- pero el Papa ha elegido precisamente mi casa para decirle al mundo que ame a quien es más despreciado».
Explica Susana Nuin: «Los discursos del Papa han tenido dos dimensiones: una conceptual, con aclaraciones precisas y fuertes, con testimonios; y una gestual, para expresar su cercanía al pueblo que ha sufrido mucho. Su partida ha dejado en nosotros una fuerte nostalgia, pero también un sentido de plenitud. Su visita ha marcado en corazón del pueblo colombiano una nueva forma de vivir, no una posición pasiva, que se sienta a esperar una paz que no va a llegar nunca, y sucumbe ante una polarización que hace imposible la convivencia pacífica».
Resulta fundamental el papel de los jóvenes, qué se sienten investidos por la tarea que se les ha confiado. Yolima Martínez hizo referencia al llamado del Papa:
“Ustedes jóvenes tienen una sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de los demás”. Y
Laura Isaza: «La Paz es un camino que involucra todas las generaciones, pero a la nuestra en forma especial». Le hace eco
Manuel: «La visita del Papa le aclarado a los colombianos que la paz no es un contenido político, sino una cultura que hay que construir. Como miembros de los Focolares nos sentimos todavía más comprometidos a escuchar la palabra del Papa que habla de la cultura del encuentro, que tenemos que seguir promoviendo y construyendo».
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