«Con los hermanos y hermanas de distintas Iglesias, esforzándonos por vivir juntos el Evangelio, conociéndonos y reforzando nuestro amor recíproco, hemos descubierto lo grandes que son las riquezas de nuestro patrimonio común: el Bautismo, el Antiguo y el Nuevo Testamento, los dogmas de los primeros Concilios, que compartimos, el Credo (niceno-constantinopolitano), los Padres griegos y latinos, los mártires, y más cosas, como la vida de la gracia, la fe, la esperanza, la caridad y muchos otros dones interiores del Espíritu Santo. Y además de eso nos une la espiritualidad de la unidad. Antes vivíamos como si todo esto no fuese realmente verdad, o no éramos conscientes del todo. Pero ahora nos damos cuenta de que son las condiciones para poder realizar un diálogo particular: el de la vida. Por él nos sentimos ya una familia; sentimos que componemos entre nosotros un «pueblo cristiano» que abarca a los laicos, pero no sólo, a sacerdotes, pastores, obispos, etc. Obviamente, aún hace falta componer la comunión plena y visible entre nuestras Iglesias, pero ya podemos ser así. No es un diálogo de la base que se contrapone o se yuxtapone al así llamado de los vértices o los responsables de la Iglesia, sino un diálogo en el cual todos los cristianos pueden participar. Y este pueblo es como una levadura en el movimiento ecuménico que reaviva entre todos el sentido de que, siendo cristianos, bautizados, con la posibilidad de amarnos, todos podemos contribuir a realizar el Testamento de Jesús. Es más, queremos esperar que otras formas de diálogo, como el de la caridad, del servicio común, de la oración y el diálogo teológico puedan verse potenciados por el “diálogo de la vida”». Del libro Chiara Lubich La Unidad (por Falmi/Gillet) – Ciudad Nueva 2015 págs. 107-108
Poner en práctica el amor
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