Desde el focolar de Montevideo la experiencia de ecología integral a través de la transformación de los restos de alimento en fertilizante. Todos los días se producen millones de residuos en todo el mundo. ¿Adónde va a terminar todo eso que se descarta? Algo se recicla y tiene una nueva vida. Otra parte termina en un vertedero o en las plantas termo-valorizadoras para producir energía. Antes de tirar los residuos de alimento, ¿nos hemos preguntado alguna vez si podemos hacer algo alternativo? Es lo que se preguntaron algunos miembros de la comunidad de los Focolares en Uruguay, haciendo nacer el compostaje. “Yo soy una de las que tratan de vivir la ecología de la vida cotidiana –cuenta Maria Florencia, focolarina de Montevideo, en donde enseña ecología integral–. Pero me di cuenta de que siempre hay cosas para mejorar y que faltaba algo importante en la gestión de los residuos de alimentos en casa; porque no hacíamos el compost. Como esa acción no depende sólo de mí, traté de involucrar a todos los habitantes de la casa”. Los organismos del suelo utilizan como alimento desechos vegetales y animales o derivados de la materia orgánica. A medida que estos residuos se van descomponiendo, los nutrientes en exceso (azoto, fósforo y azufre) quedan en el terreno en formas que pueden ser utilizadas por las plantas. Además los productos de descarte generados por los microorganismos contribuyen a la formación de la materia orgánica del suelo. Il compostaje por lo tanto es un proceso de descomposición de los materiales orgánicos que tiene un alto contenido de sustancias útiles para mejorar las características del terreno sin provocar perjuicio al ambiente. Por cada 100 kilos de residuos se obtienen 30 kilos de compost. Una alternativa a los compost clásicos es el compost de lombrices, un producto biológico obtenido bio-oxidando la materia orgánica con la ayuda de lombrices. “Hemos conseguido una compostera además de algunas lombrices californianas –nos sigue contando María Florencia–. De esa forma me puse manos a la obra. Ahora tenemos el fertilizante natural para nuestras plantas del jardín y todos están felices por esta acción por el ambiente. Además podemos compartir el compost también con nuestros amigos, interesados en la iniciativa. Pero no sólo eso, como microbióloga yo no podía conformarme con los manuales conocidos. Me puse a averiguar para aprender más y entonces pude compartir mi experiencia con un artículo en la revista de los Focolares Ciudad Nueva y entusiasmar a muchos para que lo hicieran”, concluye. Ya sea que hablemos del clásico compost o del compost de lombrices, ambos favorecen la fertilidad del terreno sin necesidad de aplicar fertilizantes químicos. La estabilidad del suelo mejora, la permeabilidad del agua y de los gases aumenta, como así también la capacidad de retención hídrica a través de la formación de agregados. Por lo tanto es un precioso fertilizante natural. Lo que sobra de los alimentos que consumimos, entonces, no son basura sino un recurso precioso porque, transformado en compost, ayuda a la naturaleza y así reduce los niveles de contaminación ambiental.
Lorenzo Russo
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