“Nuestra historia –cuenta Lucía– comienza hace 42 años cuando decidimos compartir nuestro camino. Frecuentándonos, sin embargo, notábamos que no pensábamos de la misma forma, sobre todo en el campo religioso: yo tenía fe, él no. Al principio, no me preocupé; no creía que esto habría influenciado en nuestra vida futura juntos. En cambio, el primer desencuentro lo tuvimos cuando, quedé embarazada y había que decidir si continuar con el embarazo o no.
“Yo era demasiado joven –continúa Tonino– para imaginarme como padre y marido; estaba todavía estudiando, tenía muchos proyectos para el futuro, y ahora me encontraba teniendo que tomar una decisión que me cambiaba la vida! De mala gana, acepté la determinación de Lucía de tener el bebé y de celebrar el matrimonio civil. Durante el embarazo todo salió bien, pero apenas nació la chiquita, me sentí nuevamente aplastado por una enorme responsabilidad al punto de escapar de todo y de todos.
“Imprevistamente me encontré sola –aunque mis padres no me abandonaron nunca– con una niña que estaba creciendo. Los años siguientes estuvieron marcados por el sufrimiento, sobre todo cuando él decidió pedir la separación.
“Yo quería vivir mi vida –confirma Tonino–. Conseguí la separación y posteriormente el divorcio. Era nuevamente libre. Muy a menudo, sin embargo me encontraba pensando en ellas, y así fue que maduró en mi la decisión de echarme atrás. Recomencé a cortejar a mi ex esposa y a ver a mi hija. Pronto sentimos la necesidad de tener una casa nuestra, con nuestra intimidad, para reconstruir la familia. Acepté también celebrar el nuevo matrimonio en la iglesia.
“Esos años llenos de sufrimiento y tormentos ya formaban parte del pasado –recuerda Lucía. Teníamos una nueva vida y también una segunda hija, Valentina. Con su nacimiento comenzó un período de mayor serenidad, ya sea por una conquistada seguridad en el campo laboral y económico como también por el hecho, de que, poco a poco, comenzaba a aceptar el vivir mi vida al lado de una persona tan distinta.
Después de algún año, de improviso, en nuestra familia, apareció algo que transformó todo, llegó el Movimiento de los focolares! Valentina, invitada por una maestra, había conocido a las Gen4, las niñas de los Focolares. Comenzó para ella, y sucesivamente para nosotros, un camino distinto.
“Tenía que acompañar a Valentina a los encuentros de las Gen4 –explica Tonino. Cuando iba a buscarla ella estaba siempre contenta, y apenas entraba en el auto, se disculpaba por la tardanza (me hacía esperar siempre por lo menos media hora) y comenzaba a contarme lo lindo que pasó la tarde. Contagiado por este entusiasmo de ella y por el festivo recibimiento que todos en el Movimiento –aún no teniendo yo ninguna referencia religiosa– me dirigían, me volví también yo un miembro de esta familia. Al principio me integré en el grupo de los “amigos del diálogo”, formado por personas de convicciones distintas.
“Más adelante también yo – llena de curiosidad de que un movimiento católico aceptase a mi marido no creyente- comencé a asistir y a medida que iba profundizando el conocimiento de la espiritualidad focolarina muchas preguntas encontraban respuesta.
Recorrimos mucho camino juntos, muchas barreras cayeron. Aprendí a escuchar, sin el miedo de perderme a mí misma, y a dar lugar al silencio interior y exterior para recibir y comprender al otro.
“Nuestra diversidad, no solo religiosa –subraya Tonino–, no fue obstáculo para nuestro recorrido de vida juntos. La elección de Valentina, de ser focolarina, no me encontró desprevenido, habiendo compartido tantas cosas con ella; la relación entre nosotros no se ha debilitado, al contrario, se consolidó más, a diferencia de Lucía, que, al principio, no lo aceptaba de buena gana.
“Para mi, no fue fácil aceptar enseguida la elección de Valentina –confiesa Lucía. Habría querido que hiciera antes otras experiencias, por ejemplo tener un novio, un trabajo, de forma de que ella pudiera comparar las dos realidades y decidir con serenidad. Ella en cambio, sentía fuertemente que ése era su camino. Ya pasaron ocho años desde que está en el focolar, siempre más convencida. Ahora estoy contenta de haberla secundado: aún habiéndose consagrado a Dios, no descuida nunca su relación con toda la familia.
“Agradezco a Chiara Lubich y a toda la comunidad de la que formo parte –concluye Tonino–, por haberme dado a mi y a todos aquellos que comparten mi mismo pensamiento, la oportunidad de reforzar este deseo de unidad para seguir un camino basado en los valores fundamentales de la fraternidad y del amor hacia el prójimo”
Publicado por el Centro internacional para el diálogo entre personas de convicciones no religiosas.
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