La paz, el respeto de la dignidad y de los derechos de cada pueblo, el diálogo a todo nivel, son los objetivos altísimos dejados como herencia a los pueblos visitados por el Papa Francisco en su reciente viaje a Asia. En estos días están llegando algunos testimonios de la comunidad de los Focolares de Myanmar, quienes, junto a otros, han trabajado en la preparación de distintos aspectos y durante el desarrollo de este viaje: en las traducciones, el servicio de orden, la asistencia médica, la orquesta de las celebraciones. He aquí algunos: «La venida del Papa Francisco para nosotros ha sido la realización de un sueño. Se necesitó tiempo para que el estupor se transformara en conciencia de lo que realmente estaba sucediendo». «Las lágrimas corrían por las mejillas de los ancianos. Pero también los jóvenes , por más que sea difícil para ellos entender el alcance del evento, lo gozaron». Los católicos, una pequeña minoría del país, se sintieron animados: «Éramos una grey pequeña y aislada. Finalmente hemos visto de cerca a nuestro pastor. Ahora este pueblo ya no está al margen, sino bajo los reflectores del mundo. Finalmente ha sucedido algo de lo que estamos orgullosos. El Papa está en Myanmar». «No debemos tener miedo de nada». Gennie trabaja con los “desplazados internos” (IDP, Internally Displaced Persons), es decir civiles que se han visto obligados a huir de las persecuciones, y a diferencia de los refugiados, no han atravesado una frontera nacional. En la mayoría de los casos, a la espera de una nueva esperanza de vida, no tienen ni asistencia ni protección. Después del paso del Papa Francisco, ha escrito: «Hoy esta esperanza se ha renovado. Personalmente mi esperanza está en el Amor, y de ahora en adelante está viva en mí». Desde su ciudad, Loikaw, capital del Estado de Kayah, un territorio montañoso en Myanmar oriental, el 28 de noviembre partió para Yangon, junto con un grupo de unas cien personas, provenientes de aldeas más alejadas del Estado. Viajaron en 5 microbuses. «Este viaje lo organizó nuestra parroquia. Ver al Papa era un sueño para nosotros. Salimos a las 9 de la mañana y nos esperaba un viaje de 10 horas. Estábamos llenos de entusiasmo, rezábamos y cantábamos. Tomamos un camino más corto, pero tortuoso, para poder llegar antes. EN cambio, uno de los microbuses tuvo problemas en el camino, y empleamos casi veinte horas para llegar, porque no queríamos dejar solos a nuestros compañeros. Ninguno se lamentó». Eran casi las 5,30 de la mañana cuando llegó el grupo al Kyaikkasan Ground de Yangon, donde estaba por iniciar la Misa, seguida no sólo por la minoría católica, sino también por musulmanes, budistas y fieles de distintas religiones. «Nuestro grupo no pudo entrar, pero nos pusimos cerca de una de las entradas. A través del Papa, se sentía el amor de la Iglesia por los más pequeños. Entre toda la población se percibía un amor muy fuerte, no sólo entre los cristianos. El chofer del taxi que tomamos nos dijo que desde tempranas horas de la mañana transportaba gratuitamente a las personas que iban hacia el Estadio, pero también en los autobuses y en los trenes se podía viajar gratuitamente». Una joven budista, después de participar en la Misa, escribió: «También aquí me sentí en familia. Advierto la paz en lo profundo de mi corazón». Prosigue Gennie: «Es sorprendente el cambio en los criterios de quienes deben ser ahora, para nosotros, los “vip”: lo recuerda el Magníficat… ensalzó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos». Debemos agradecer a todos por esta experiencia «a los Yangonianos, siempre pacientes con la multitud, a quienes prepararon este evento, pero sobre todo al Santo Padre que ha decidido venir a un país tan lejano. Es un alba nueva para Myanmar». Valentina es médico. Junto a los médicos del servicio sanitario prestó asistencia ininterrumpida: «Fue una ocasión que nos puso a todos juntos, sin fronteras. Nosotros médicos, católicos y no católicos, estábamos muy cansados, pero recibimos una “gracia”, la de lograr amar sin detenernos nunca». Jerome, en cambio, trabajó como traductor: «Para mí fue especialmente bello ver a los jóvenes a la espera desde primera hora de la mañana delante de la catedral de Saint Mary, en Yangon. Al terminar la misa el Papa se dirigió a nosotros, nos animó con fuerza a trabajar por la paz. Ahora me siento llamado a una mayor generosidad, a ser valiente y alegre, como nos ha pedido».
Poner en práctica el amor
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