El período que el Padre Lucio Dalla Fontana tenía que transcurrir en el centro del Movimiento de los Focolares por motivos de trabajo, se transformó en una experiencia de comunión profunda con su comunidad viviendo juntos los últimos meses de su vida terrena. El Padre Lucio Della Fontana estaba realmente contento a su llegada en octubre de 2019 al Centro de los sacerdotes diocesanos de Grottaferrata (Roma-Italia). De hecho, su Obispo, Mons. Corrado Pizziolo, le había concedido tres años para dedicar al Movimiento de los Focolares. Venía de San Polo del Piave, una comunidad de 5000 habitantes, en la vasta llanura del Véneto, en el norte de Italia. Durante diez años había compartido con ellos su vida, dándose a querer por su cultura, su capacidad de crear relaciones, la eficacia de sus homilías. Anteriormente había vivido algunos años en las comunidades de Frankfurt y de Bad Homburg, en Alemania, como misionero entre los inmigrantes italianos. migrantes. El Padre Lucio conoció a los Focolares cuando tenía 16 años. Desde entonces el ideal de la unidad había animado su vida. Fue ordenado sacerdote el 3 de mayo de 1986. Llegando a Grottaferrata se injertó naturalmente en la vida de nuestro focolar sacerdotal, una de las pequeñas comunidades de vida compuestas por sacerdotes diocesanos y diáconos permanentes que se comprometen a vivir una experiencia de fraternidad a la luz del carisma de Chiara Lubich. Pero en coincidencia con el inicio de la pandemia llegó una noticia inesperada, se presentaron señales de una grave enfermedad que lo condujo en pocos meses a “mudarse” a la otra vida. Citas médicas, cuidados, internamientos, pero también los programas del focolar y de la comunidad tuvieron que cambiar. Y no faltaron las dificultades. ¿Cómo cuidarlo de la mejor forma posible? ¿Cómo tener noticias ante la imposibilidad de visitarlo en el hospital? Un regalo fue poder crecer en la escucha recíproca en el focolar, en el respeto de la diversidad, también cultural, que hacía que tuviéramos enfoques distintos ante los problemas que poco a poco se iban presentando. Y paso tras paso, hemos podido constatar que fue Jesús en medio nuestro quien nos guió. Nos llevamos algún susto, pero nos recordamos de la “lavanda de los pies” que Chiara Lubich nos dio como símbolo de nuestra vida. Con la ayuda de muchos amigos rápidamente pudimos adaptar dos habitaciones para cuando volvió del hospital. Todo se transformó en una oportunidad. ¿Era necesario sostenerlo en los primeros pasos? Se creaba la posibilidad porque se convirtió en nuestro gimnasio. ¿Había que ir al hospital o a la farmacia? Todo era una ocasión, las lindas caminatas buenas para el físico, eran también buenas para el espíritu y la mente. ¿Era necesario preparar comidas según su dieta? Era la posibilidad de actualizarnos desde el punto de vista gastronómico. A veces nos sucedía que pasando por su habitación para ir a la capilla teníamos la posibilidad de vivir la proximidad y el cuidado del hermano al que nos orientaba la celebración eucarística. De la experiencia vivida con el Padre Lucio nuestro focolar aprendió a vivir “en salida”, en un momento como el de la pandemia, en donde habría sido fácil encerrarnos entre nosotros. Conforme pasaban los días y la situación se agravaba. A veces no era fácil encontrar la solución justa, pero tratábamos de hacer todo como si fuera un ritual rico de atenciones hacia él. El Padre Lucio nos retribuyó las atenciones abundantemente, también los últimos días de su vida terrena, ofreciéndonos a menudo una sonrisa que tenía el timbre de la eternidad.
Padre Natale Monza
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