El Festival por la paz concluye en Ecuador la Semana Mundo Unido, expo de actividades fraternas promovidas por los jóvenes del Movimiento de los Focolares. El relato de Francesco Ricciardi, de la delegación internacional, quien recorrió las calles del país latinoamericano, en una experiencia en la cual aparece con fuerza la vocación comunitaria de América del Sur. «Instrumentos tradicionales y modernos se unen para armar una fiesta. En el palco, se presentan jóvenes de África, de Asia, de Europa, de las Américas… En síntesis, hoy todo el mundo ¡está presente en Quito! “Incluso en medio de la destrucción ocurrida semanas atrás – nos dice Juan Carlos- hemos visto como se ha generado una cadena de generosidad y solidaridad”. En el palco se cuentan, una detrás de otra, experiencias concretas que se refieren a la etapa post terremoto. Jesús, por ejemplo, cuenta: «Cuando vimos las primeras imágenes, nos dimos cuenta de la gravedad de los daños. Con algunos amigos organizamos una recolección de artículos de primera necesidad, trabajando desde la mañana hasta bastante tarde en la noche, por amor a nuestros hermanos y hermanas». Y Natalia sigue: «Nos dirigimos a los lugares devastados por el terremoto para responder a este grito de dolor. Al principio no resultaba claro de qué manera ayudar. Comprendí que podía amar escuchando, para recibir el dolor de cualquier persona que encontraba». David cuenta: «vi manos desinteresadas que no titubearon ni un segundo en donar comida, agua, medicamentos, dinero; y manos que, aunque no tenían nada, se ponían a disposición para ayudar. Veía un Ecuador resquebrajado por la desesperación, por el miedo, el hambre y la sed; pero también vi rostros de alegría, de satisfacción y de esperanza al recibir ayuda desinteresada. Trabajé al lado de personas que dejaron todo a un lado, su trabajo, los estudios y sus propias familias para ayudar a aquéllos que habían perdido todo. Pude mirar de cerca la bondad de los ecuatorianos y de muchos más» Hubo momentos artísticos que hicieron que la fiesta fuera más alegre y a la vez preparaban para recibir los testimonios. Melany cuenta: «Cuando comencé a cantar en el coro universitario, me di cuenta de que para ganarse un lugar en el grupo mis compañeros no dudaban en ofender o insultar. Un día decidí compartir las canciones que había escrito. Éste fue el primer paso. Desde ese momento, todo fue diferente. También los otros comenzaron a compartir muchos talentos escondidos, que, finalmente, ¡podían manifestar sin miedo! La relación entre todos mejoró muchísimo. El 8 de mayo de 2015, organizamos un concierto de música latinoamericana con el objetivo de transmitir el valor de la fraternidad». Giorgio y Lara, jóvenes libaneses, que, si bien están sufriendo en medio de una de las más sangrientas guerras de la historia, encuentran la fuerza para amar a todos: «La guerra en Siria ha provocado más de 6,5 millones de refugiados sólo en mi país y 3 millones han huido hacia los países vecinos. No obstante esto, centenares de manifestaciones se han organizado en todo Medio Oriente para recolectar fondos y artículos de todo tipo y testimoniar juntos, cristianos y musulmanes, que la unidad es posible. Conciertos, fiestas, vigilias de oración han transformado el miedo en esperanza, el odio en perdón, la venganza en paz. Muchas familias, aún con pocos recursos económicos han acogido a los refugiados iraquíes. En Siria muchas personas nos dijeron que “el amor vence todo, también cuando parece que es imposible”» David y Catalina, presentan las “Escuelas de Paz”, una iniciativa promovida en colaboración con el Istituto Universitario Sophia: «El objetivo es crear espacios de formación teórica y práctica para profundizar las relaciones consigo mismos, con los demás, con la creación, con los objetos y con la trascendencia. La fraternidad universal puede crear una política al servicio del hombre; una economía basada en la comunión; una ecología en equilibrio: la Tierra es la casa de todos» Es una realización concreta del United World Project. El festival de la inculturación concluye con Samiy, un joven indígena de la comunidad Kitu Kara: «Hemos vivido una semana en la que experimentamos que es posible vivir la fraternidad, la unidad, la solidaridad y la paz en nuestra vida, en nuestro ambiente y en todo nuestro planeta. La humanidad está viva; nuestro compromiso es personal, pero podemos lograrlo sólo si nos sentimos parte de una comunidad. Hoy hemos asistido a la belleza de la diversidad y a la riqueza de las culturas». La alegría es incontenible. Y así, durante las canciones que concluían esa Semana, ¡nos encontramos todos bailando en el estadio!. Jóvenes y adultos, niños y adolescentes. Todos festejando y gozando. Pero no es una alegría efímera, es la consciencia de que somos muchos, un pueblo que quiere que el Amor sea su propia bandera. Y como dicen Lidia y Walter «ésta no es una conclusión. ¡Esto es sólo el comienzo!» Fuente: Città Nuova online
Poner en práctica el amor
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