María tiene un rostro muy dulce y voz tranquilizadora. Es la mamá de dos jóvenes y está casada con un francés, enseña italiano en una escuela “difícil“ de la perifera norte de París. Es una de esas escuelas donde raramente los docentes trabajan por largo tiempo. Se necesita una gran determinación, el valor y la pasión para trabajar en esa zona económicamente desventajada y marcada por un alto “tráfico de droga, de armas, dominada por la mafia”. Has depachadores de droga delante de la escuela. Los chicos tienen proveniencias y culturas distintas. “Para mí significa responder a una llamada, la de trabajar por la igualdad de las posibilidades, para proponer y mantener una propuesta formativa ambiciosa y llevar el amor de Cirsto donde aparentemente no existe”, cuenta ella. María explica cómo el encuentro con Chiara Lubich, que tuvo cuando era niña, el que nutre esta aspiración y la acompaña en su vida adulta. “Mi mirada y mi actitud, gracias a la vida de unidad con aquéllos que comparten mi mismo ideal, se renueva cada día a pesar de las dificultades”. Efectivamente, sobre todo al principio, no fue para nada fácil comprender cómo relacionarse de manera constructiva con los estudiantes, cómo reaccionar ante las agresiones verbales y ante hechos de vandalismo. Pronto para mí fue claro que el arduo trabajo que podìa hacer con los jóvenes, requería involucrar a las familias, y que también los nuevos colegas tenían necesidad de apoyo para descifrar esas realidades complejas. Es más, era precisamente la sinergia entre colegas lo que podía ofrecer a los alumnos un ejemplo constructivo: “Desde el punto de vista didáctico organizo mi trabajo con base en proyectos culturales interdisciplinarios – explica la docente- la organización de un proyecto permite trabajar en equipo, tratar de vivir la fraternidad entre colegas para después proponer un proyecto permitiendo así trabajar en equipo, tratando de vivir la fraternidad entre colegas para después proponer este modelo a los jóvenes y ser creíbles”. Estos proyectos con frecuencia concluyen con una gira por Italia, que motiva a los estudiantes a prender el idioma y favorece el intercambio cultural con los jóvenes italianos. Son relaciones nuevas en las que pueden hacer una experiencia de fraternidad. Además – explica María- “Un proyecto así nos permite involucrar a las familias en la vida escolar, instaurando una relación de confianza para encontrar juntos soluciones para que no existan problemas económicos para ningún alumno. En otras palabras, el objetivo de María es crear una red educativa en la que se involucren también las familias y los docentes, todos comprometidos en el crecimiento humano y cultural de estos jóvenes en riesgo. Y poco a poco los frutos se van viendo. Para Aïcha, una joven que siempre molesta en la clase, fue suficiente explicarle con calma y firmeza “que para vivir en armonía cada uno debe hacer su parte”, como respuesta escribió en una hoja de papel: “Siento haberme comportado así el viernes, no era digno de mí. No sucederá más. Usted es una gran persona, inteligente y sabia, que transmite a los alumnos los valores justos y el deseo de adquirirlos. No la olvidaremos nunca”. La atención y el respeto ayudan a Yanis, quien es en general muy pasivo, a que se abra y exprese su interés por el arte y la historia. La clave en todos los casos es la atención, el cuidado y la promoción de la persona, cada uno con su historia y su sensibilidad: “Aprendí a no esperar resultados de forma inmediata – concluye María. También cuando un joven no cambia, lo importante es seguir creyendo en él y acompañarlo. No detenerse en lo que no está bien, sino captar todo lo positivo que existe en cada uno valorizándolo y gratificándolo. El desafío de cada día es encontrar el valor y la fuerza para cultivar la esperanza con hechos concretos de relación con las personas”.
Poner en práctica el amor
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