Párroco de misericordia «Para comenzar el Año de la misericordia con un gesto concreto, le pedí perdón a mis parroquianos si no se habían sentido siempre amados por mí e invité, a aquél que lo deseaba, a acercarse y darnos un apretón de manos para sellar el pacto de vernos con ojos nuevos. Se formó una fila larguísima; con cada uno pude intercambiar alguna palabra. Al día siguiente, una parroquiana que no había estado presente vino a pedirme si podía repetir con ella ese gesto que había impresionado mucho a la gente del pueblo y que estaba teniendo muchas consecuencias» (I. S. – Hungría) Compartir «Estoy casi ciego. El compañero que me ayuda a estudiar me dio 1.220 chelines para comprar el medicamento contra la malaria. En la calle hacia la farmacia, me encontré con una señora pobre que me contó sus necesidades económicas. Para ayudarla le di 200 chelines. Poco después, delante de la farmacia, me encontré con otra mujer, también ella necesitada de dinero: no tenía lo suficiente para comprar un medicamento que precisaba. También en ella reconocí a Jesús que me pedía ayuda. Así que otros 200 chelines fueron para ella. Ahora, para comprar mi medicamento me faltaban 400 chelines. Estaba seguro de que Dios no me haría faltar su auxilio, así que entré igualmente a la farmacia. Y allí encontré un amigo que hacía tiempo no veía. Apenas le conté lo que me pasaba, él insistió en ofrecerme 500 chelines: más de lo que necesitaba». (R. S. – Tanzania) En el lavadero público «Éramos muchas las que estábamos en el lavadero público lavando nuestra ropa cuando llegó un hombre casi ciego con dos sábanas, una camisa y un turbante para lavar. Pidió que le hiciéramos un poco de sitio. Como nadie quería moverse, me dirigí a él: «Baba, dame tus cosas: te las lavo yo» Las otras se pusieron a reír. Antes de irse, el señor, contento con su ropa lavada, me dio su bendición y también un pedacito de jabón que cuidaba celosamente. Ahora nadie se burlaba. Al contrario, comenzaron a prestarse las cosas y a ayudarse entre ellas». (F. R. – Pakistán) Divorcio anulado «No fue fácil para Susanna aceptar mi decisión de pedir el divorcio. Sobre todo porque deseaba trasladarme a otra ciudad con la persona con quien había comenzado una nueva relación. Después de un rechazo oficial, la actitud de mi esposa cambió: me sorprendía su gran dignidad y no comprendía de dónde sacaba esa energía que le permitía tratarme bien a pesar de mi traición. Este pensamiento me quitó la paz. Un día la invité a almorzar a un restaurante: quería saber. Con simplicidad ella me confesó que había descubierto, a través de la cercanía con algunos amigos cristianos, el amor de Dios. Dios que nos ama siempre, a pesar de nuestra infidelidad, y está al lado nuestro también en los acontecimientos dolorosos de la vida. Esto fue suficiente para hacerme cambiar de idea. Susanna y yo recomenzamos» (L. M. – Usa)
Poner en práctica el amor
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