Ludo-dependiente «Soy sacerdote. Un ex compañero mío del seminario que no continuó con los estudios para el sacerdocio cayó en los juegos de azar, convirtiéndose en víctima de ellos. Era un joven brillante. La esposa lo abandonó debido a las deudas que adquiría e inclusive su propia familia se desinteresó de él. Sus ingresos no logran cubrir los intereses de los bancos. Cuando se me acercó, pidiéndome ayuda, lo escuché durante largo tiempo, pero su preocupación era sólo la de lograr pagar las deudas, no quería otros consejos. Le presenté a un amigo médico y a un abogado: su situación de dependencia del juego era clara. Busqué posteriormente un centro que lo pudiese curar y también el abogado se comprometió a atenderlo gratis. Ahora está en un instituto y se está recuperando bien. Un día, mientras rezaba por él, me daba cuenta que la caridad, para ser verdadera, precisa el corazón, la mente y las fuerzas» (B. D. – Italia) La vecina de casa «Mi vecina estaba en dificultades: se notaba por la forma de vestirse y por su tristeza. Una tarde la invité a mi casa, me contó que la enfermedad de su esposo había agotado todos sus ahorros y que la pensión que recibían era insuficiente. Mi marido y yo decidimos ofrecerle una parte de nuestros ahorros. Ella no quería aceptar porque no sabía cómo iba a hacer para devolvernos el dinero. Pero insistimos, seguros de que la Providencia nos habría ayudado en caso de necesidad. Poco después nuestra hija empezó a trabajar; precisaba un auto para trasladarse, pero lo que teníanos no nos permitía comprar el auto. Un pariente de nuestra vecina supo que teníamos esta necesidad y nos regaló un auto en perfecto estado que él no usaba más. El motivo de este gesto: “Supe lo que ustedes hicieron con mis tíos. Es lo mínimo que yo puedo hacer para agradecerles”» (R. F. – Francia) Jugo de nabos rojos «Cristina, viuda desde hace algún año, no se detuvo ante las dificultades que aparecieron después de la muerte de su marido, al contrario, ella siguió con mayor compromiso ocupándose de los demás. En su trabajo tiene una colega, que también es viuda, que por su modo de actuar, era antipática para todos. Un día, viéndola especialmente pálida, Cristina le preguntó si tenía algún problema. La colega respondió evasivamente que no se encontraba bien y que tomaba muchos medicamentos. Cristina entonces empezó a pareparar para ella, todas las semanas, botellas de jugo de nabos rojos o de zanahorias. Sorprendida por estas atenciones, la colega le confió a Cristina: “Pienso que tu fuerza de ir hacia los demás es un don que te viene de Dios. Yo, en cambio, después de la muerte de mi marido, me llené solamente de rabia y dolor. Esta es mi verdadera enfermedad”» (C. K. – Hungría) Fuente: El Evangelio del Día, Editorial Città Nuova, Julio 2016
Poner en práctica el amor
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