Agustín nos regala una de las más preciosas intuiciones del misterio de la oración: «El oído de Dios está sobre tu corazón» (comentario del Salmo 148). Dejar que el oído de Dios se pose sobre nuestro corazón, abrir nuestro corazón al oído de Dios. De esto se trata, éste es el arte de la oración; un arte, en verdad, para todos; de hecho, no es nuestro, sino del Espíritu que Dios nos da y que ora en nosotros, porque nosotros no sabemos cómo y por qué cosas tenemos que rezar (cf. Rm 8, 26s). […] Orar es elevar el corazón a Dios. Pero ¿somos capaces de ello? ¿Acaso no es demasiado limitado el radio de nuestra percepción, para que nuestro corazón pueda por sí solo elevarse hacia Dios? ¿El impulso de nuestro corazón no es demasiado débil? ¿No están colgados a nuestro corazón unos pesos que, gravando sobre él, lo paralizan y lo arrastran hacia abajo? ¿Qué es lo que nos da el valor de afirmar: Tenemos el corazón dirigido hacia el Señor? Su oído. Él lo inclinó hacia nosotros. El Padre escucha al Hijo. Y Éste descendió entre nosotros, en nuestra carne, en nuestro corazón. En el corazón del Hijo, el Padre oye cada latido de nuestro corazón, en el corazón del Hijo encuentra nuestro corazón. En Él, en el cual hemos sido creados, amados, sostenidos, acogidos, Él nos escucha. Elevar nuestro corazón significa dejarlo ahí donde está, y descubrir que, ahí donde está, cerca nuestro, está el corazón de Dios en el corazón de su Hijo. Abandónate en Él y te sostendrá. En Él, el oído de Dios está sobre tu corazón; en Él, tu corazón está atento al oído de Dios. […] Lo contrario también es válido: Dios tiene su corazón cerca de tu oído. Él te ha revelado, transmitido, donado no algo de Sí mismo, sino Sí mismo. Si crees en Él, si te adhieres a Él, si lo escuchas, entonces no escuchas una noticia, una directriz, un mandato: tú oyes su corazón. Permanece a su lado hasta que descubras este corazón suyo. Él necesita de tu paciente escucha para abrirte su corazón; de hecho, sólo la paciencia comprende el amor y aprende el amor. A quien lo ama, a éste Él se le revelará y hará morada en él (cf. Jn 14, 21-23). […] Dios tiene su corazón atento a tu oído, para que, a través de tu oído, su corazón penetre en tu corazón, llegue a ser tu corazón. El oído de Dios sobre tu corazón – el corazón de Dios atento a tu oído: alternancia de la oración. Sólo el que ora conoce a Dios. Sólo el que ora conoce al ser humano. De Klaus Hemmerle, “Con l’anima in ascolto, Guida alla preghiera”, Città Nuova Ed., Roma 1989, pagg. 9-11.
Poner en práctica el amor
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