A la edad de 100 años falleció el Padre Bonaventura Marinelli ofm Cap, el primer religioso que siguió a Chiara Lubich. Un recuerdo del P. Fabio Ciardi. Recordé al Padre Bonaventura Marinelli hace unos días con motivo de su onomástico. El 1 de agosto de 2020 partió al cielo, a los 100 años de edad, para celebrar en el paraíso el centenario de Chiara Lubich, su inseparable contemporánea. ¡Qué profunda y fiel amistad! Habiendo vivido en Trento, en el convento de los Capuchinos, de 1942 a 1946, como estudiante de teología y joven religioso, fue, como le gustaba decir, un “testigo ocular, pero a distancia” de los inicios del Movimiento de los Focolares. A distancia porque en aquellos años no les permitían grandes contactos. Sin embargo, fue testigo ocular porque vio cómo vivían estas extraordinarias “terciarias franciscanas”. “Después del bombardeo de 1944 -relata en una larga conversación- teníamos a Chiara y a sus compañeras siempre a la vista. Venían a misa, no a nuestra iglesia, que había sido destruida por el bombardeo, sino a la sacristía, que era aún más pequeña y estábamos aún más cerca. Recuerdo que me impresionaban cada vez más. Por naturaleza soy bastante tímido y me cuesta establecer relaciones, pero recuerdo que a partir de 1943, cuando durante el verano salíamos a pedir la caridad, se me hacía cada vez más fácil conocer las familias, a la gente, a los niños, etc. No era por mi naturaleza; esta nueva forma de ser me venía de la vida que veía en Chiara y sus compañeras. En 1946, mis superiores me enviaron a la universidad en Suiza; ya tenía un año de ser sacerdote. Los primeros meses recibía cartas de mis compañeros, con los que había hecho el pacto de unidad. Pero a un cierto punto, nada, silencio: había comenzado la investigación del Santo Oficio, pero yo no lo sabía. Fui cayendo en una progresiva e inexpresable sensación de desolación. Hasta el 23 de abril de 1948. Fui a Trento para las votaciones y esa mañana, antes de volver a Suiza, me encontré con Chiara. Me devolvió la fiesta pero de una manera más profunda, entendí que lo más importante es el amor. Fue como tocar el cielo con las manos. Cuando llegué a Friburgo le escribí una carta, mi primera carta”. Así comenzó una correspondencia que permitió a Chiara comunicar lo que vivía en ese período. Gracias al P. Buenaventura tenemos hoy un patrimonio inestimable de escritos, algunos muy conocidos, como la carta del 30 de marzo de 1948, en la que le confiaba: “El libro de Luz que el Señor escribe en mi alma tiene dos aspectos: una página luminosa de misterioso amor: la Unidad. Una página luminosa de misterioso dolor: Jesús abandonado”. Esas cartas dan testimonio de la profunda relación que pronto se estableció entre ambos. 11 de mayo de 1948: “Su carta me confirmó la idea que había hecho de su alma, muy amada por el Señor, y quisiera en un momento, en un instante, donarle todo lo que tengo, todo lo que Dios ha construido en mí aprovechando mi nada, mi debilidad, mi miseria. (…) Lo que quiero escribirle hoy es que la unidad que Dios ha realizado, no debemos romperla. (…) San Francisco no estará contento hasta que usted no lo reviva y lo haga revivir en tus hermanos y hermanas. – Comience. Lo logrará”. El 8 de septiembre de 1948: “Cuánta alegría me ha dado su carta. Jesús está allí. Lo sentí en su sed de “vida”, en el optimismo que contiene y pulula aquí y allá, especialmente en la paz que genera el deseo de amarlo más y más. Tenga la seguridad de que – mientras no deje a Jesús (¿y cuándo será eso? Lo tendré aún más en el Paraíso) – no dejaré de acompañar su alma con un cuidado vigilante y fraternal”. 27 de enero de 1951: “No puede imaginar lo mucho que su alma está ‘penetrando’ (¡literalmente! … ¡casi siento el efecto físico!) en la mía”. Recuerdo la alegría cuando se encontraban y con cuál normalidad hablaban en trentino… eran coetáneos, pero él se sentía como un discípulo y ella como su madre. En una de las primeras cartas Chiara simplemente firmó “s.m.”, que Bonaventura inmediatamente interpretó como “su madre”. Le respondió firmando “s.f.” (su hijo), y Chiara también lo entendió. Una focolarina recuerda que Chiara, saludándolo en el 2000, dijo: “¡Mi primer hijo religioso!”. Bonaventura tuvo una larga vida, en la que fue profesor de Sagrada Escritura, traductor de comentarios bíblicos del alemán, tuvo importantes cargos en su Orden: provincial, formador, definidor general… Luego fue llamado por Chiara a dirigir el Centro Internacional de Espiritualidad para Religiosos en Castel Gandolfo (Roma) y en Loppiano, la ciudadela de los Focolares en Italia. Tímido y de extraordinaria humildad, supo dar testimonio sin ostentación y con sinceridad del Ideal que Chiara le había transmitido. “Era un verdadero niño evangélico, en la sabiduría y simplicidad de su vida”, escribió un compañero de su congregación. No faltan los recuerdos personales, empezando por cuando en 1978 fuimos juntos a Canadá, durante un mes entero, para animar una escuela de formación para religiosos. Luego vivimos en la misma comunidad en Castel Gandolfo. Entre otras cosas, en mi diario, el 10 de noviembre de 1999, cuando ya nos había dejado para una nueva tarea, leí sobre una de sus visitas: “Llega Bonaventura, y hay clima de fiesta, como siempre”. Me llamó la atención ese “como siempre”. Pero quizás el momento más hermoso fue el 18 de marzo de 2008, cuando asistimos juntos al funeral de Chiara en Roma en la Basílica de San Pablo Extramuros. Al final de la celebración me pidió que lo acompañara al ataúd, rompiendo el estricto protocolo. Ya era anciano y le costaba arrodillarse, pero cuando llegó al ataúd se arrodilló, lo abrazó y lo besó. Entonces también yo me arrodillé para besar el ataúd (pero no es la expresión correcta… era besar a Chiara). Fue como si se rompiera un dique: todos empezaron a rodear el ataúd y a besarlo… Pero el gesto de Buenaventura permanecerá como el gesto único de un hijo hacia su madre. También a mí me quería. En una de sus últimas cartas me escribió: “Te recuerdo y siempre te recordaré con gratitud y espero volver a tener la alegría de encontrarte personalmente. Esta mañana te confié de manera especial a San Francisco. ¡Un abrazo!”
Fabio Ciardi OMI
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