Dar y recibir sin poner medidas y con gran generosidad. Esto es lo que los Jóvenes por un Mundo Unido de Managua (Nicaragua), han experimentado durante su visita a la pequeña comunidad de La Cal, una aldea que se encarama a 1200 metros de altitud en las cercanías de Jinotega, que es llamada la capital del café. Cargados con algunos sacos de vestuario, alimentos, medicinas, juguetes, recolectados con la ayuda de la comunidad de Managua, llegaron, primero, a Jinotega (tres horas de autobús) para después recorrer, con un pick-up, 8 km. de un camino que cada vez se vuelve más accidentado, hasta tal punto que incluso un todo-terreno se rinde. Para llegar a la aldea todavía falta 1 km y medio de bosque, lleno de piedras, encrespadas y empinadas laderas, que resultan inaccesibles incluso a los caballos. Y los jóvenes han tenido que enfrentarlos a pie y con los sacos en los hombros, poniendo a prueba su forma física. «No se puede imaginar la alegría y el entusiasmo con los que hemos sido recibidos», cuentan los jóvenes los cuales, desde el primer impacto, se dan cuenta del estado de precariedad en que se encuentra La Cal. Sus casitas, todas de madera y llenas de niños, no tienen energía eléctrica, agua corriente y no cuentan con un ambulatorio médico. En la aldea hay un pequeño almacén con artículos de primera necesidad, una escuelita con una única aula y con un solo maestro y una minúscula capilla en el caso de que llegue un sacerdote para la misa. Si no fuera por algunos pequeños paneles solares instalados en las casitas, la entera aldea estaría en la más absoluta obscuridad. Con los Jóvenes por un mundo unido, había también dos médicos. Una de éstos, odontóloga, inició el día con una demostración de higiene oral a una trentena de niños, muy felices de poder usar dentífrico y cepillos traídos por la doctora. A la hora del almuerzo una familia quiso ofrecer buenísimas tortillas todavía calientes, mientras los jóvenes se entretenían con las personas y hacían jugar a los niños. Por la tarde se habló a los adultos sobre la prevención de la parasitosis. La jornada, muy intensa, terminó con la lectura de la Palabra de Vida, un momento de fuerte espiritualidad que involucró a todos. Fue conmovedor el gesto de un señor que al final quiso dar a todos su bendición. A continuación distribuyeron todo lo que habían traído para ellos. Para pasar la noche, habían preparado un local obtenido limpiando para la ocasión un ex-gallinero. «Fue una gran emoción para nosotros – escriben – poder revivir la experiencia de los focolarinos de Trento cuyo primer focolar había sido preparado en un ex-gallinero. La mañana siguiente, después de un buen desayuno preparado por las señoras de la aldea, y los caloroso saludos de todos, que nos pedían que volviéramos pronto, hemos partido en dirección a Jinotega. En la Catedral hemos ido a dar gracias a Dios por una experiencia que nos ha cambiado tan profundamente, que nos ha hecho conocer personas generosas que con dignidad luchan para ir adelante, con la alegría de sentirse inmensamente amadas por Dios. Y por haber construido, incluso en medio de aquellas montañas, un fragmento de fraternidad».
Poner en práctica el amor
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