El amor es para cada cristiano el programa de su vida, la ley fundamental de su modo de actuar, el criterio sobre el cual moverse.
Siempre el amor tiene que prevalecer sobre las otras leyes. De hecho: el amor hacia los otros debe ser para el cristiano la sólida base sobre la cual se pueden cumplir legítimamente todas las demás normas.
«… misericordia quiero, y no sacrificio».
Jesús quiere amor y la misericordia es una expresión de ello.
Y Él quiere que el cristiano viva así, sobretodo porque Dios es así.
Para Jesús, Dios es antes que todo el Misericordioso, el Padre que ama a todos, que hace salir el sol y hace llover sobre buenos y malos.
Jesús, porque ama a todos, no tiene miedo de estar con pecadores y en este modo nos revela quién es Dios.
Si Dios es así, si Jesús es igual, también tú debes tener idénticos sentimientos.
«… misericordia quiero, y no sacrificio».
“… y no sacrificio”.Si no tienes nunca amor por el hermano, a Jesús no le gusta tu devoción por Él. No acepta tu oración, tu asistencia a la Eucaristía, las ofrendas que le puedas hacer, si todo esto no florece de tu corazón en paz con todos, rico de amor hacia todos.
¿Recuerdas sus palabras tan incisivas del discurso de la montaña? “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.” (Mt 5, 23-24).
Esto te dice que el culto que más le gusta a Dios es el amor al prójimo, que está a la base del culto hacia Dios.
Si tú quisieras hacer un regalo a tu padre mientras estas enojado con tu hermano (o tu hermano contigo), ¿Qué diría tu padre? “Hagan las paces y después ven a ofrecerme lo que desees”.
Pero hay más. El amor no es solo la base del ser cristiano. Es también el camino más directo para estar en comunión con Dios. Lo dicen los santos, testigos del Evangelio que nos han precedido, lo experimentan los cristianos que viven su fe: si ayudan a sus hermanos, sobre todo los más necesitados, crece en ellos la devoción, la unión con Dios se hace más fuerte, advierten que existe una unión entre ellos y el Señor: y es eso lo que da más alegría a su vida.
«… misericordia quiero, y no sacrificio».
¿Cómo vivir entonces esta palabra de vida?
No hacer discriminación entre las personas que están en contacto contigo, no marginar a nadie, sino ofrecer a todos cuanto puedas dar, al imitar a Dios Padre. Arregla pequeños o grandes problemas que disgustan al Cielo y te amargan la vida, no dejes calar el sol – como dice la Escritura (cf Ef 4,26) – sobre tu ira, hacia cualquiera.
Si te comportas así, todo lo que hagas será agradecido por Dios y quedará por la eternidad. Sea que tú trabajes o descanses, sea que tú juegues o estudies, sea que tú estés con tus hijos o con tu esposa o marido paseando, sea que tú reces o te sacrifiques o realices aquellas prácticas religiosas que van de acuerdo con tu vocación cristiana, todo, todo, todo será materia prima para el Reino de los Cielos.
El Paraíso es una casa que se construye desde aquí y se habita allí, y se construye con el amor.
Chiara Lubich
Publicado en Junio 1981
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