«Desde el inicio de nuestro camino juntos, quisimos poner a Dios en el primer lugar. En práctica, cada día decidimos elegir el perdón, el recomenzar, el ser los primeros en amar, el amar a todos, también cuando cuesta y de pronto estamos cansados. Tratamos de no esperarnos nada del otro, sino ante todo de nosotros mismos y, de consecuencia, podemos siempre contar el uno con la otra. A los niños tratamos de entregarles valores sólidos para la vida – explica Damijan –. Esto exige paciencia y perseverancia en el amor, ¡no sólo caricias! De hecho, a veces, el amor hacia ellos nos impulsa a exponer muy claramente nuestra línea o decidir lo que es blanco y lo que es negro, aunque esto, a veces, lleva a su insatisfacción o a su rebeldía. Nos parece importante que nuestros hijos sean lo más posible autónomos e independientes. Es por esto que los involucramos en todos los trabajos de la casa (cocinar, limpiar, planchar, organizar la ropa lavada, etc.). Al inicio siempre es todo muy interesante, pero luego, cuando el trabajo hay que hacerlo con regularidad y cuidado, algo se bloquea. Es entonces que nos animamos a vivir los puntos del arte de amar, si queremos que reine la armonía entre nosotros. Ahora ya los niños saben que, si nos ayudamos, acabamos más rápido y tenemos más tiempo para jugar y hacer muchas otras cosas». «Hace casi un año – continúa Natalija – vivimos una prueba particular. En el verano, el más pequeño de nuestros hijos tuvo una consulta con el psicólogo para un examen que se hace cuando llegan a los tres años. Su opinión y el diagnóstico que luego nos escribió, realmente nos dejaron sorprendidos: trastorno por déficit de atención. Como pedagoga y ex docente, vi pasar ante mis ojos a todos los niños con este tipo de problema y las grandes dificultades que acompañan este diagnóstico. Volví a mi trabajo asustada. Por ese entonces, Damijan y yo trabajábamos juntos en el preescolar Rayo de Sol. Hablamos largo y tendido y entendimos que, para cuidar bien de nuestro hijo, uno de los dos tenía que dejar el trabajo». «Para ayudarlo de la forma correcta – continúa Damijan – era necesario dedicarle tiempo y energías. Estábamos conscientes de que teníamos un préstamo por pagar, que éramos seis en familia y que no teníamos sueldos adecuados. Analizamos todas las posibilidades financieras y, a pesar de la incertidumbre, dejé el trabajo creyendo que Dios no nos abandonaría. Les explicamos la situación y la consecuente decisión a nuestros colegas de trabajo. Estamos muy agradecidos con cada uno de ellos por haberla aceptado y por habernos apoyado. Ya la semana siguiente nuestra elección se demostró la correcta. Mi mamá, de noche, tuvo un ictus y se quedó paralizada. Fue un shock para todos. Durante los primeros dos meses lograba comer sola. Pero luego tuvo otro ictus que le produjo ceguera y, más tarde, demencia. Cada vez más, por tanto, necesitaba de nuestros cuidados. Aunque era más complicado, respetamos su deseo de quedarse en casa. Y así fue. Mientras tanto la situación de nuestro hijo iba mejorando sensiblemente. Las cosas proceden ahora con más calma porque, cuando los niños vuelven del colegio, hay alguien que los espera y que preparó el almuerzo. Así también Natalija, cuando vuelve del trabajo, se puede dedicar a los niños y a mí. Podemos decir que en todo este tiempo, aunque con un solo sueldo, no nos ha faltado nada, y si tuvimos que renunciar a algo no lo vivimos como una privación. Estamos agradecidos con Dios por habernos sostenido y enseñado a gustar los efectos del arte de amar, que nos han completamente conquistado».
Poner en práctica el amor
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