Genfest’90
Parte del discurso programático de Chiara Lubich en el Palacio de los Deportes Sport, EUR a 20.000 jóvenes
« (…) Imaginemos que ante nuestros ojos pasen algunas escenas sintomáticas del mundo de hoy. Observamos en el este europeo, en las naciones que han visto los recientes cambios, gente que exulta de alegría porque alcanzó la libertad, junto a otra asustada y decepcionada, deprimidas por la caída de sus ideales. Leemos en algunos rostros amenazas de revancha, de venganza, incluso de odio. Y pensamos: ¿qué diría Jesús si se presentara en medio de ellos? Estamos seguros, hoy como entonces una vez más hablaría de amor: ‘Ámense – diría – como yo los he amado” (cf Jn 15,12). Y solamente juntos, en la concordia, en el perdón, se puede construir un futuro sólido. Trasladémonos, como por sucesivas imágenes disolventes, a otros lugares, a un país de América latina, por ejemplo: por un lado rascacielos, a menudo modernas catedrales erigidas al dios-consumo, y por otro mocambos, villas miseria, favelas y miseria, miseria física y moral, enfermedades de todo tipo. ¿Qué diría Jesús ante esta visión desoladora?
“Les había dicho que se amaran. No lo hicieron, aquí tienen las consecuencias”. Y si otros cuadros nos mostraran, como en un collage, fragmentos de ciudades, conocidas como las más ricas del mundo y otras con la técnica más avanzada, junto a panoramas desérticos con hombres, mujeres y niños que mueren de hambre. ¿Qué diría Jesús si apareciera allí, precisamente? “Ámense”. ¿O si viéramos imágenes de luchas raciales con matanzas e violaciones de derechos humanos… O interminables conflictos como los de Medio Oriente, con el derrumbe de casas, heridos, muertos y la constante y mortal caída de bombas o de otras armas homicidas? Preguntémonos aún: ¿qué diría Jesús ante esta enorme cantidad de dramas? “Les había dicho que se quisieran. Ámense como yo los he amado”. Sí, así diría ante esto y ante las más graves situaciones del mundo actual. Pero su palabra no es sólo un lamento por lo que no ha sido hecho. Hoy la repite con más fuerza que nunca. Porque Él murió pero resucitó y – como ha prometido – está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y lo que dice tiene una importancia inmensa. Porque este “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” es la clave para solucionar todos los problemas, es la respuesta fundamental a los males del hombre. Los “Jóvenes por un mundo unido” solo podrán llevar a cabo su tarea de cooperar a dar al mundo un alma, si le darán al mundo, nuevamente, el amor. Ciertamente: este amor no es lo quede parecer a simple vista, no es una broma. Es exigente y fuerte pero tiene el poder de cambiar el mundo.
Jesús a este mandamiento del amor lo llamó “mío” y “nuevo”, porque es típicamente suyo, habiéndolo colmado de un contenido particular y nuevo. “Ámense – ha dicho – como yo los he amado”. Y Él dio la vida por nosotros. Entonces, aquí se pone en juego la vida. Y un amor dispuesto a dar la vida por los hermanos es lo que Él también nos pide. Para Él no es suficiente la amistad o la benevolencia hacia los demás; no le basta la filantropía ni solo la solidaridad. El amor que nos pide no se agota en la no-violencia. Es algo activo, muy activo. Nos pide que no vivamos para nosotros mismos, sino para los otros. Y esto exige sacrificios, esfuerzos. Nos pide a todos que, de hombres pusilánimes y egoístas, concentrados en nuestros intereses, en nuestras cosas, nos transformemos en pequeños héroes cotidianos que, día tras día, están al servicio de los hermanos, dispuestos incluso a dar hasta la vida por ellos.
Queridos jóvenes, a esto los llama vuestra vocación, si no quieren que sus ideales se desvanezcan como meras utopías. Tienen que amar así, amarse así, siendo ustedes los primeros en testimoniar este amor antes de sugerirlo a los demás. Testigos, modelos: que el mundo vea cómo se aman y pueda repetir como lo hacía de los primeros cristianos: “Mira como se aman y los unos están dispuestos a morir por los otros”. Entonces será puesta la base segura, será profunda la raíz del árbol que queremos ver florecer. De hecho, este amor recíproco entre ustedes provocará consecuencias de un valor – digamos – infinito, porque donde hay amor allí está Dios y – como Jesús dijo: “Donde dos o tres están unidos en mi nombre, es decir en su amor, yo estoy en medio de ellos”, (Mt 18,20). Tendrán a Cristo entre ustedes, al mismo Cristo, el
omnipotente, y de él podrán esperarlo todo. Será Él mismo quien obrará con ustedes en sus países, porque él volverá en cierto modo al mundo, a todos los lugares donde ustedes se encuentren, esto será posible gracias al amor recíproco, a la unidad que tengan. Y él los iluminará en todo lo que tendrán que hacer, los guiará, los sostendrá, será vuestra fuerza, vuestro ardor, vuestra alegría. Por Él, el mundo alrededor de ustedes se convertirá a la concordia, y cada división desaparecerá.
Lo dijo Él: “Que sean uno y el mundo creerá” (cf Gv 17, 21). Ustedes se han propuesto una grandiosa tarea y sólo él puede ser el líder de la batalla. Entonces, amor entre ustedes y amor sembrado en muchos rincones de la tierra, en los individuos, en los grupos, entre naciones, con todos los medios, para que sea realidad la invasión de amor de la cual muchas veces hablamos, y tome cuerpo, también por vuestra contribución, la civilización del amor que todos esperamos. Están llamados a esto. Y verán cosas grandes. Piensen: si Dios ha vencido en el trozo de historia que hemos vivido, ¿qué sucederá si a la acción directa de Dios se agrega la de los jóvenes, de muchos jóvenes conducidos por Cristo, presente entre ellos por el amor? ¡Vayan adelante, entonces, sin vacilar! La juventud que tienen no hace cálculos, es generosa:
aprovéchenla. Vayan adelante ustedes católicos y ustedes cristianos que creen en Cristo. Vayan adelante ustedes que profesan otras religiones, sustentados por los nobles principios en los que se apoyan. Vayan adelante ustedes que tienen una cultura diferente, que a lo mejor no conocen a Dios, pero que sienten en el corazón la exigencia de poner todos los esfuerzos en el ideal de un mundo unido. Todos tomados de la mano, ¡estén seguros de que la victoria será de ustedes!».
Chiara Lubich
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