De las comunidades de los Focolares de Croacia, Macedonia y Serbia, donde se experimenta la alegría de dar gratuitamente para ayudar a quien pasa dificultades. “La comunión de los bienes que nosotros hacemos nació observando la primitiva comunidad cristiana: hemos visto que ahí ponían en práctica y debido a la comunión de los bienes no había ningún indigente (…). Entonces esa es la fórmula, nosotros decíamos: si todo el mundo viviera la comunión de bienes los problemas sociales, los pobres, los hambrientos, los desheredados, etc. ya no existirían”. Son las palabras de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, cuando lanzó el proyecto de la Economía de Comunión, en 1991, relatando cómo nació en el Movimiento la costumbre de practicar la comunión de bienes, materiales y espirituales. En 1943, en Trento, la guerra había destruido la ciudad y muchos habían perdido la casa, el trabajo, algún familiar. Delante de tanta desesperación, a la luz de las palabras del Evangelio meditadas en los refugios -Chiara y sus primeras compañeras decidieron hacerse cargo de los más necesitados. “Teníamos el objetivo de actuar la comunión de bienes en la más amplia escala posible para resolver el problema social de Trento. Yo pensaba: “hay dos, tres localidades donde están los pobres… vamos ahí, llevamos lo que tenemos, lo compartimos con ellos”. Era un razonamiento sencillo, es decir, nosotros tenemos más, ellos tienen menos; elevaremos su nivel de vida hasta llegar a una cierta igualdad”. Después de ochenta años, la práctica de la comunión de bienes es en el Movimiento una realidad siempre viva. Cada uno dona libremente según sus posibilidades; a menudo es una expresión de gratitud por haber recibido. Se multiplican las experiencias por doquier en el mundo. Desde Croacia cuentan: “Fui a comprar 10 Kgs. de semilla para mis pollos. El señor que me la vendió no quiso el dinero. Doné lo que había ahorrado para la comunión de bienes extraordinaria en este tiempo de pandemia”. Ciertamente no siempre se trata de dar bienes materiales y dinero, pero el compromiso refuerza el valor del gesto: “Recientemente le vendí vino a un vecino, el me dio más dinero y no quiso el vuelto. Lo di para la comunión de bienes extraordinaria, pero no fue fácil, tuve que superar mi modo de pensar humano”. En cambio es común la experiencia de recibir después de haber donado. Es el “Den y se les dará”(Lc 6,38) evangélico que Chiara y sus primeras compañeras experimentaban concretamente. Desde Macedonia: “Ayudamos a algunas familias que se quedaron sin trabajo por la crisis causada por la pandemia, dándoles comida, medicinas y material escolar. Una pequeña ayuda, pero una de ellas nos dijo que con eso había podido comer durante dos semanas. Poco después una familia nos hizo una donación que cubría todos nuestros gastos. Todo circula”. Y también es común la alegría de dar y de recibir. En Serbia la comunión de bienes pudo ayudar a una familia con hijos donde el padre y la madre estaban enfermos y sin trabajo. Viven de la producción de su huerto y para pagar las facturas Toni ayuda en la parroquia. “Cuando fuimos a llevarle el dinero él estaba regresando a casa después de haber pedido un préstamo para comprar leña. Les explicamos de dónde estaba llegando la ayuda se sintieron conmovidos porque sentían que Dios a través de nosotros los había “mirado”. La comunión de bienes, en el fondo, no es otra cosa que un instrumento de la Providencia de Dios.
Claudia Di Lorenzi
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