¡Cuántas veces Dios se vale de alguien para acercarnos a Él! No deberíamos olvidarlo nunca pues nosotros también podríamos ser un día instrumentos de Dios para alguien. Una nueva esperanza Estando en Estados Unido por mis estudios, había decidido volver a mi país por la insistencia de mi familia, pero me quedé bloqueado por la cuarentena en un instituto cerca de la frontera junto con otras 500 personas. Con la sensación exacta de encontrarme en una cárcel. Por suerte el celular me mantenía conectado con el mundo exterior. Cuando tuve la posibilidad de ver a alguien, leía en ellos mis mismas preguntas sobre lo que estaba sucediendo. En esos días conocí “a la distancia” a un sacerdote salesiano. Aunque estaba aislado como yo, emanaba una paz que ni los demás ni yo teníamos. Era como si él no se sorprendiese por nada. En un primer momento celebraba él solo en su habitación, luego empecé a participar con él en la misa. En pocas palabras, volví a los sacramentos y a la vida de fe de antes, si bien ya no como antes. Mi novia también notó que yo había cambiado. A veces pienso: si se dio en mí esta transformación, ¿no puede ser que se dé en otras personas? Y entonces nace dentro de mí una nueva esperanza, que ese mundo que antes parecía quitármela ahora pueda retomar el camino sobre otros rieles. K. – Eslovaquia Cochecito para recién nacidos Había conocido a una joven gitana que esperaba a un hijo. Necesitaba de todo, desde ropa hasta todo lo que se necesita ante un nacimiento. Había leído en el Evangelio “Todo lo que pidan al Padre… él se lo concederá”. Ese día con fe le pedí a Jesús, durante la misa, un cochecito para recién nacidos. Más tarde, ya en el colegio, me esforcé más por amar a compañeros y profesores. Cuando volví a casa por la noche, supe por mi madre que una vecina de mi casa, al saber que ayudo a los pobres, había dejado algo para mí. ¡Era una cochecito para bebés! Me conmovió esa tan rápida respuesta de la Providencia. C. – España Bendición Siendo enfermero desde hacía un mes, justamente en el período del coronavirus, en el hospital en donde prestaba servicio compartí la soledad de muchos pacientes que pasaron a la otra vida sin el sostén de sus seres queridos. Pero la experiencia más fuerte fue cuando, habiendo sabido por mi madre que, según las palabras del papa, los médicos y los enfermeros también estaban habilitados a dar una bendición a los pacientes difuntos, pude hacer un signo de la cruz en la frente y el pecho de varios de ellos antes incluso de que se hiciesen los trámites para confirmar la muerte y enviar los cuerpos a la morgue. Giuseppe – Italia
Recogido por Stefania Tanesini
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