Encontrarse con Jesús en el prójimo es descubrir la ternura y la belleza del amor de Dios. Abrirse al otro nos permite ser un don para todo el que pasa a nuestro lado, y recibir el céntuplo inesperadamente. El corazón lleno de alegría En nuestro pueblo vive una familia muy pobre con cinco niños. El padre es alcohólico. Tres de ellos son compañeros de estudio de mis hijos. Una tarde, cuando salían del colegio, llovía a cántaros. Recogí a mis hijos en el coche y, viendo a esos tres por la calle, los hice subir y los llevé hasta su casa. La más pequeña me dijo: “¿Vienes a conocer a mi mamá?”. Entramos en la vivienda, sumamente humilde, y la señora me agradeció. Luego, conversando, me dijo que estaba buscando una cama de oferta para el recién nacido y me mostró las habitaciones, que por la humedad estaban muy deterioradas. Los otros cuatro hijos duermen todos en el mismo cuarto. La pequeña, de dos años, casi desnuda, llevaba un delantal demasiado largo para ella. Le prometí que para el día siguiente les llevaría una cama plegable que nosotros utilizábamos muy raramente. Al día siguiente, cuando llegamos a visitarlos llevando la camita, juguetes y un poco de ropa, los niños saltaban de alegría, incluso los míos. Nos despedimos con la promesa de volver y, camino a casa, la más pequeña de mis hijos exclamó: “Mamá, tengo el corazón lleno de alegría”. (M.O.D. – Francia) El ex director Un día, por la calle, me crucé con el director del instituto en donde solía enseñar. Justamente él, que un tiempo atrás, encontrando un pretexto, me había echado. En aquella ocasión todavía era sacerdote, después había dejado el ministerio y se había casado. Cuando me reconoció, trató de evitarme, pero yo fui a su encuentro. Para romper el hielo le hice alguna pregunta interesándome por sus cosas. Me dijo que vivía en otra ciudad, que se había casado con una viuda madre de dos hijos, y había llegado aquí para buscar trabajo. Pude conseguir, no sin dificultad, que me diera su dirección, y nos despedimos. Al día siguiente, hice circular la noticia de que yo estaba buscando trabajo para una persona que lo necesitaba realmente. La respuesta no se hizo esperar y me indicaron algo que podía responder a ese pedido. Cuando lo contacté para decírselo, ¡casi no podía creerlo! Lo aceptó, profundamente agradecido. Estaba emocionado por el hecho que me hubiese ocupado de él. ( J. – Argentina) El abuelo Desde cuando el abuelo sufre serios problemas en la deambulación, renunció a sus acostumbrados paseos y se quedaba siempre en casa leyendo en un sillón o dormitando, a pesar de que el geriatra le aconsejó que se moviera y que saliera. ¿Cómo podía hacer para volver a darle las ganas de curarse, de luchar por la vida? Nuestras hijas, con mucho amor, encontraron la mejor manera de ayudar al abuelo siempre cansado y deprimido. Cada tanto le llevaban los naipes y le proponían un partido a la brisca. Él trataba de disuadirlas, diciendo que no estaba en condiciones de jugar, pero ellas no desistían del intento. Ya en el juego, que las niñas conducían con entusiasmo y con la vivacidad típica de la edad, él sentía alegría y ganas de estar en compañía. Además, mis hijas le recordaban que tenía que hacer ejercicio. Inventaron incluso una competencia por la que el abuelo tenía que levantar bien las rodillas y no caminar arrastrando los pies. Ellas se ponían sentadas en el suelo con las piernas estiradas, para que él tuviera que pasarles por encima alzando los pies. (F.G. – Italia)
Recogido por Maria Grazia Berretta
(extraído de: Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VIII, número 1, enero-febrero de 2022)
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