Comportarse de manera que nuestra vida sea una continua alabanza a Dios, reconociendo su amor y la grandeza de sus obras en nuestra vida. Este salmo nos invita a ello y representa el fundamento de toda plegaria, particularmente cuando comprendemos la plenitud de la gratitud, amando a los hermanos y hermanas con quienes nos encontramos. Una ayuda concreta para personas cercanas y lejanas En nuestro país también, la guerra en Ucrania nos provocaba aprensión y miedo. Como respuesta a esa ráfaga de viento maléfica, durante el invierno pasado, algunos amigos y nosotros de la parroquia, nos habíamos comprometido a conseguir ropa de abrigo y –para suplir a la falta de electricidad– generadores y linternas para enviar a nuestros vecinos de la frontera. Pero una cosa lleva a la otra, y mirando a nuestro alrededor, ampliamos esta acción solidaria también a los pobres de nuestra pequeña ciudad. No nos habíamos dado cuenta de que se había evidenciado una grieta en la sociedad a la que antes no le habíamos prestado mayor atención. Alguien nos hizo ver que había sido necesaria la guerra en Ucrania para abrirnos los ojos. Hoy, además de seguir con la recolección de bienes para las víctimas de la guerra, nuestros brazos trabajan también para estos otros prójimos cercanos que lo necesitan. (J.M. – Hungría) Una esperanza En la sala de espera de una terminal de ómnibus, me doy cuenta de la presencia de una señora joven, bella, elegante. En su rostro hay signos de un profundo sufrimiento. Subimos al mismo autobús. Luego, en la ventanilla de la estación de trenes, compramos un billete para el mismo destino. Lanzo una frase de circunstancia, mientras nos encaminamos a nuestro andén. Lamentablemente nuestro tren acaba de partir. Tenemos por delante dos horas de espera. Le propongo a la señora sentarnos en la sala de espera. Frente al rostro aún tenso de ella, dejo a un lado mis problemas y cansancio, y decido escucharla. Mientras me habla de la tragedia que está viviendo desde hace meses, descubro un drama que yo ya había vivido. Se lo cuento. Más tarde, durante el viaje, la charla se hace tan intensa que no nos damos cuenta de que hemos llegado a nuestro destino. Empiezo a despedirme, pero ella quiere acompañarme hasta el sitio adonde tengo que ir, con tal de no interrumpir la conversación. Ahora su rostro está aliviado, su carga se ha alivianado. Luego sí, nos depedimos. Tal vez no vuelva a verla nunca, pero estoy segura de que en ella ha quedado una esperanza. (R.A. – Inglaterra) De sonrisas se vive Es gratificante para mí, médica en cuidados paliativos, que los pacientes que dejé la noche anterior me reciban por la mañana con una sonrisa y con el rostro sereno. Son personas que temían haber pasado una noche de dolor. Sí, ha ido todo bien, y yo también me siento mejor. No había que darlo por descontado: los opiáceos, de hecho, son fármacos que aún tememos porque son poco conocidos y fue necesario un diálogo abierto médico-paciente. Observo la postura de otra enferma, cuya mímica ha quedado reducida a pocos movimientos de sus ojos. “Señora, ¿siente mucho dolor?”. Al cerrar los párpados de sus ojos me doy cuenta de que me dice que sí: ¿cómo no me he dado cuenta antes? Le propongo la terapia y acepta, la expresión del ceño fruncido que tiene siempre, se relaja y sus ojos sonríen. Al encontrarme todos los días con mis limitaciones, a veces yo tampoco puedo sonreír. En esos momentos el otro (un colega, un familiar, un asistente) me hace de “espejo” y me ayuda a mirar hacia adentro. Necesito una buena dosis de humildad para aprender a aceptarme. Pero después echo una sonrisa a mi humanidad y, tras la nube, veo la posibilidad de recomenzar a amar. (Paola – Italia)
A cargo de Maria Grazia Berretta
(extraído de “Il Vangelo del Giorno”, Città Nuova, año IX – número 1 – septiembre-octubre de 2023)
0 comentarios