Estar prevenidos: es una invitación a mantener los ojos abiertos, a reconocer los signos de la presencia de Dios en la historia, en la vida cotidiana y ayudar a otros que viven en la oscuridad a encontrar el camino de la vida. Otro hijo ¿Estaba preparada para tener más hijos dado que ya tenía tres? A esta pregunta de un amiga, respondí diciendo que cada niño es un regalo único y que la experiencia de la maternidad no es comparable a ninguna otra, porque la alegría que trae un nuevo nacimiento es un bien de toda la familia, sin mencionar el aspecto económico que misteriosamente parece subrayar que cada niño es querido por el cielo. A lo que mi amiga me dijo que estaba esperando el segundo. Con su esposo había pensado en el aborto, porque una nueva criatura comprometería la situación económica de la familia. Al despedirse me dijo: “Me siento lista para una nueva maternidad”. (P.A. – Italia) Dar confianza Teníamos un primo con “dedos largos”: cuando venía a vernos, pequeños objetos desaparecían de nuestra casa para reaparecer en la de los tíos. Mamá lo señaló delicadamente, pero se ofendieron tanto que rompieron relaciones con nosotros. Como cristianos, buscamos una oportunidad para volver a relacionarnos con ellos y esta se presentó cuando el primo, ahora adolescente, fue expulsado de la escuela, porque lo habían encontrado robando a sus compañeros. Mi padre sugirió a esos parientes el nombre de un especialista que podía ayudarlos. Incluso con un inmenso dolor y vergüenza, los tíos admitieron que su hijo era cleptómano. Mi madre propuso que se tomaran vacaciones con nosotros y a nosotros, los niños, recomendaron ser generosos con el primo, dándole la máxima confianza. Fueron días felices y serenos. También él estaba feliz. El acompañamiento psicoterapéutico, incluso con medicamentos, ayudó a toda la familia. Un día mi tía nos dijo: “Estábamos tan orgullosos de nuestra familia que nos sentíamos superiores. Estábamos enfermos de arrogancia”. (J.G. – España) Justicia y comprensión Como magistrado en una localidad de alta densidad mafiosa, había estado interrogando a un detenido que había cometido delitos. Pasada la hora del almuerzo, me preguntaron si quería comer. Acepté, siempre que trajeran algo para el detenido también. Ese simple gesto fue un pequeño shock para él. Casi no lo creía. Un repentino miedo a encontrarme cara a cara con el delincuente en ese momento de pausa me aconsejaba que me fuera. Pero se me cruzó otro pensamiento: “No, si estoy aquí para amar a este prójimo, no tengo nada que temer”. El interrogatorio continuó con la misma actitud hacia él: intenté hacerle comprender la gravedad de lo que había hecho, pero sin juzgarlo, hablándole con calma. Algún tiempo después recibí una carta de la prisión. ¿Alguna solicitud de conmutación de la pena? No, solo una larga carta desahogándose, contando sus propias miserias y pidiendo comprensión. Es raro que me haya escrito a mí que había emitido un fallo de condena en su contra. Evidentemente había captado algo más. (Elena – Italia)
Recogido por Stefania Tanesini (extraído de El Evangelio del día, Città Nuova, anno V, n.6,novembre-dicembre 2019)
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