Quien ama participa de la vida de Dios y experimenta su libertad y la alegría de quien se entrega. Salir de nosotros mismos y encontrarnos con los demás a través de la escucha abre las puertas a la comunión con los hermanos y da vida a la reciprocidad. En la cárcel Soy capellán de prisión. Para mí, cada uno de los presos es un “Cristo preso” al que hay que amar. Durante la Cuaresma, para prepararlos a la Pascua, pensé en leerles algunos pasajes del Evangelio acompañados de experiencias. Al notar cierto interés, pensé en presentarles algunos jóvenes involucrados en un movimiento eclesial. Habiendo obtenido los permisos necesarios, la primera vez que llegaron, antes de poner un pie en prisión, oramos para que nuestra presencia allí fuera un regalo para los presos. No hablamos mucho. Pero después de celebrar la Misa, animada por los cantos de aquellos jóvenes, vi llorar a hombres endurecidos en una vida rebelde y los oí decir: “¡Aún quedan rostros limpios!”. Evidentemente, nunca antes habían visto algo así. Todavía hoy, una vez al mes, esos jóvenes regresan para animar la misa, siempre esperados con impaciencia. Y cuando un recluso fue trasladado a otra prisión para estar más cerca de su familia, lamentaba solo una cosa: perder el contacto con esos jóvenes. (p. Marco – Italia) En verdadera comunión Había recibido una llamada de una de mis compañeras de la Academia de quien no tenía noticias desde hacía mucho tiempo. Me pidió noticias, entre otras cosas sobre los niños y en particular sobre el último nacido. Evidentemente, no sabía que el embarazo no había llegado a término. En ese momento le conté lo que había sucedido, pero al mismo tiempo sentí que le podía comunicar la experiencia más íntima de aquel doloroso acontecimiento: la unión particular con Dios vivida también gracias al apoyo y al amor concreto de mis familiares y amigos. Mientras hablaba, sintiendo una profunda escucha por parte de mi amiga, pensaba que durante nuestros estudios nunca nos habíamos atrevido a hablar de Dios. Por eso fue una gran sorpresa cuando al final de la llamada me confió: “Sabes, en el fondo siempre he sido creyente, aunque no quería admitirlo, pero ahora, sintiéndote tan serena, experimento un gran deseo de profundizar en este conocimiento. ¿Por qué no nos juntamos y hablamos de ello?”. (J.V. – Bélgica)
Maria Grazia Berretta
(Tomado de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año X– n.1 mayo-junio de 2024)
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